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Analisis

El fin de las guerrillas en América Latina

La firma de la paz entre el gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) es uno de los últimos pasos reales y simbólicos para cerrar la época de la insurgencia armada en América Latina. Si el Ejército de Liberación Nacional (ELN) acepta iniciar negociaciones entonces el fin de esta época será completo. Esto no supone que acaben de los problemas que inspiraron a las guerrillas hace casi seis décadas, pero fortalece los caminos políticos no violentos para las reivindicaciones políticas, sociales y económicas.

El líder de las FARC alias Timochenko (Centro) con Pastor Alape (Izq.) e Iván Márquez durante la ceremonia de cierra del congreso rebelde en El Diamante, el 23 de septiembre de 2016.
El líder de las FARC alias Timochenko (Centro) con Pastor Alape (Izq.) e Iván Márquez durante la ceremonia de cierra del congreso rebelde en El Diamante, el 23 de septiembre de 2016. Fuente: Reuters.
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Las FARC y el ELN fueron creadas en 1964 en el marco de la corriente de grupos armados inspirados por la revolución cubana (1961) que surgieron en Argentina, Brasil, Uruguay, Perú, Venezuela, El Salvador, y Guatemala, entre otros países de la región. Los líderes de estos movimientos consideraban que los sistemas políticos, liderados por democracias débiles o por dictaduras militares, no respondían a graves problemas de pobreza, exclusión y participación política. A la vez, criticaban la dependencia y penetración del capital extranjero (especialmente de Estados Unidos) y reivindicaban la necesidad de un nacionalismo económico.

Jóvenes desencantados de partidos políticos demócrata-liberales o de los partidos comunistas y socialistas, e inspirados en algunos casos por una lectura radical de la doctrina social de la Iglesia Católica, tomaron las armas. Las revoluciones de liberación nacional que se sucedieron en África y Asia desde la década de 1950 (cuando el sistema colonial europeo se debilitó con motivo de la Segunda Guerra Mundial), y el modelo insurgente cubano fueron marcos de referencia.

A las clases dominantes se las consideraba, muchas veces acertadamente, oligarquías latifundistas o burguesías urbanas aliadas al capital extranjero. Las clases medias, más o menos extensas, eran vistas como el colchón social protector para los que mandaban. Los militares estaban a la orden de la clase alta. Los campesinos y trabajadores manuales serían la base de una revolución que necesitaba ser activada por una vanguardia. Las teorías de Vladimir I. Lenin, cruzadas con las guerras de liberación anti-colonial y una legitimación cristiana constituyeron el escenario.

La compleja realidad

Los problemas para estas revoluciones no tardaron en manifestarse. Cuba era un eslabón débil que tomó por sorpresa a la dictadura de Fulgencio Batista, al partido comunista cubano y a Estados Unidos. Pero cuando el mismo modelo –un foco armado que expande su influencia hasta que toma el poder se intentó implementar en otros países las reacciones en contra fueron brutales. Las élites locales y las fuerzas armadas contraatacaron, si era necesario violando reglas democráticas y sobre derechos humanos. Las clases medias temieron por su supervivencia, y aunque de entre sus filas partieron miles de jóvenes hacia las guerrillas, se plegaron a las élites y apoyaron la represión.

Estados Unidos proveyó armas, asesores, inteligencia y experiencia (que estaba adquiriendo en otros continentes) a través de programas de contrainsurgencia combinados con proyecto de desarrollo social. Sintiéndose amenazados los partidos comunistas locales en general se opusieron (con la guía de Moscú que prefería relaciones estables con gobiernos en América Latina a revoluciones a las que debía sostener, como la de Cuba). Con la asesoría de Estados Unidos y la experiencia contrainsurgente europea (por ejemplo, de Francia contra el Frente de Liberación Nacional argelino) la represión aisló a las vanguardias armadas y reprimió a sus círculos de apoyo real o potencial.

Trabajadores y campesinos adoptaron posiciones diferentes según los países y circunstancias, pero en todos hubo una desconexión entre las vanguardias que debían activar la revolución y la base social que, según la teoría, la llevaría a cabo, como explicó Régis Debray, uno de los teóricos de la revolución, al hacer balance sobre los levantamientos armados.

Cuatro problemas complicaron la situación. Primero, que América Latina (Sur, Central y Caribe) no era, ni es, un conjunto homogéneo. Replicar en Uruguay o Argentina la revolución que se había hecho en Cuba, un país rural y que estaba en situación de semi-colonialismo respecto de Estados Unidos, no era sencillo. Y como lo comprobó el Che Guevara en Bolivia (1968) ni siquiera fue posible en un país ese, donde todos los componentes de la reacción contra la revolución se pusieron en marcha para aislar de la vanguardia armada a los mineros y campesinos potencialmente revolucionarios.

Segundo, se confundieron las guerras independentistas anti-coloniales en Argelia, Angola, Mozambique, Congo o Vietnam con insurgencias por el cambio social en América Latina. Los países en este continente se habían independizado en el siglo XIX. Sus estructuras políticas, élites y estructuras sociales eran diferentes como también sus relaciones con Estados Unidos y Europa. Fenómenos políticos como el populismo modernizador del peronismo en Argentina chocaron con la idea de vanguardias armadas.

Tercero, los grupos armados no estuvieron exentos, más bien lo contrario, de luchas internas entre políticas y tendencias. El sectarismo que en organizaciones sin armas se soluciona con expulsiones y escisiones, en este caso se convirtió en represión y crímenes entre facciones y militantes que adoptaron los códigos de la justicia militar para legitimarse. Todavía peor, actuaron en muchas ocasiones represivamente contra la gente que pretendían liberar.

Cuarto, la conexión con el narcotráfico, específicamente en Colombia, produjo una creciente distorsión de la guerra revolucionaria. Como ha sido analizado respecto de diversos grupos armados en África (en el caso de los “diamantes sangrientos”), se generó una economía política del conflicto que llevó a los grupos armados a prácticas ilícitas para sostenerse, pasando a formar parte de la maquinaria violenta del narcotráfico.

La deslegitimación del terrorismo

Entre la década de 1960 y 1970 cada una de las revoluciones armadas fue derrotada. Una excepción a la regla fue el surgimiento de Sendero Luminoso en Perú en 1980, un movimiento extremista y milenarista con raíces en el aislamiento y marginalidad de los campesinos, y la radicalización de un sector del a izquierda peruana, pero fue eliminado a través de una dura contrainsurgencia.

Con el fin de la Guerra Fría, el fin de la ex URSS, la incorporación de China al sistema capitalista global y la crisis (sino el fin) del comunismo como modelo alternativo, la lucha armada perdió gran parte de su legitimidad. Si bien los programas de cambio nunca fueron el fuerte de los movimientos armados, como lo explica Dirk Kruijt en su estudio sobre las guerrillas centroamericanas, una vez desaparecido el comunismo (en algunas de sus variables) comenzó a ser menos atractivo matar y arriesgar la vida por algo incierto.

Por otro lado, la aparición desde principios de la década del 2000 de grupos extremistas radicales y violentos que asesinan civiles indiscriminadamente, como al-Qaeda, ISIS, Boko Haram, la Lord Resistance Army (en Uganda) y otros, han producido un profundo rechazo social en buena parte del mundo a todo lo que se asimile a terrorismo.

Reformas económicas, sociales y políticas en América Latina produjeron, además, cambios que limitaron el espacio para grupos armados. Una serie de gobiernos adoptaron proyectos para la reducción de la pobreza. Las dictaduras militares fueron reemplazadas por gobiernos elegidos democráticamente. Estados Unidos orientó sus prioridades hacia Oriente Medio prestando menos atención a este continente. Hasta Cuba, que formalmente no ha renunciado a sus principios revolucionarios comunistas, ha evolucionado hasta reestablecer relaciones diplomáticas con Estados Unidos.
Una serie de procesos de paz o sencillamente derrotas llevaron a que antiguos guerrilleros se reciclaran a políticos e inclusive algunos grupos armados se reconvirtieron a partidos políticos, como es el caso del FMLN en El Salvador.

El paisaje político

Los problemas de desigualdad, pobreza y exclusión de minorías no han desaparecido del continente que, además, enfrenta otras cuestiones globales como cambio climático, movimientos de inmigrantes y emigrantes, refugiados y crisis de los sistemas democráticos. Las reivindicaciones sociales han encontrado expresión en movimientos y gobiernos con programas distributivos y experimentos diferentes, y con resultados controvertidos, de participación popular en el marco de la democracia parlamentaria (por ejemplo en Venezuela), y en gobiernos con programas socialdemócratas con economías liberales (como en Brasil y Chile). El péndulo político se mueve en la región entre gobiernos neoliberales, socialdemócratas y populistas.

Estos y otros cambios, junto con la derrota militar y el peso de la represión (por ejemplo, los desaparecidos en países del Cono Sur) eliminaron a la lucha armada como instrumento de cambio político. La excepción fue Colombia. Una serie de factores permitieron la supervivencia de las FARC y el ELN: la falta de Estado y sus instituciones en una gran parte de un territorio que geográficamente facilita el aislamiento, la corrupción de las élites y su falta de respuesta a los graves problemas sociales, la expoliación del campesinado, el poderío económico que lograron las guerrillas gracias a sus conexiones con tráficos ilícitos.

Pero durante la última década ambos grupos armados sufrieron graves derrotas por parte de las fuerzas armadas (con el apoyo de la inteligencia y ayuda militar de Estados Unidos) a la vez que crecientemente perdieron militantes cansados de no ver una alternativa. Las FARC y el ELN no fueron derrotados, pero perdieron la guerra en dos sentidos. Por un lado, porque la mayor parte de la sociedad colombiana les rechaza, aunque conserven apoyo en algunos sectores. Por otra, porque la realidad del país, aunque en muchos aspectos injusta y desigual, ha evolucionado en una dirección en la que es irreal pensar que pueda ocurrir una revolución a la cubana o evolucionar hacia una situación similar a la de Venezuela en la actualidad.

Con la firma de la paz en Cartagena de Indias las FARC entran en el complejo campo de la política no violenta, y es deseable que en un plazo medio el ELN siga el mismo camino. Los guerrilleros vueltos políticos tendrán la posibilidad de concretar qué tipo de sociedad quieren construir, utilizar las instituciones y tratar de convencer a los ciudadanos, esta vez sin intimidaciones ni violencia.


* Mariano Aguirre dirige el Norwegian Centre for Conflict Resolution (NOREF), en Oslo.

 

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