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El 15 de septiembre de 2008 Lehman Brothers, el entonces cuarto mayor banco de inversión de Estados Unidos, se declaró en bancarrota. El pánico se apoderó de Wall Street, que vio caer un gigante financiero que poseía 639 mil millones de dólares en activos pero que adeudaba casi la misma cantidad.Por nuestro corresponsal en Washington Xavier Vila.

Unos ocho millones de unidades familiares perdieron su domicilio como consecuencia de la crisis.
Unos ocho millones de unidades familiares perdieron su domicilio como consecuencia de la crisis. Reuters
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El colapso de este coloso de 25 mil empleados puso cara a la histórica crisis financiera del 2008, inducida por la eclosión de las llamadas hipotecas basura. Unos productos financieros de alto riesgo que inundaron los hogares de los estadounidenses con un bombardeo de anuncios.

Unos ocho millones de unidades familiares perdieron su domicilio como consecuencia de la crisis. Matt Scott, jardinero a sueldo de un banco que mantiene una propiedad abandonada por desahucio en el condado de Prince Georges County, cerca de Washington, explica que “venimos para proveer servicio, cortamos la hierba, trabajamos para los bancos. Mantenemos las casas para quien las quiera, solo venimos una vez al mes, dos meses al mes, cada semana. Depende del horario que nos den. Hay muchos sitios así. Muchos desahucios”.

Como consecuencia, se multiplican los desahucios

Hay otras casas en la zona, como la que tenía Gisela Morris, ubicada en un tranquilo callejón sin salida, que han perdido hasta el 60 por ciento de su valor. Ella la compró en 2007 por 450 mil dólares, y tras la crisis se anunció por sólo 230 mil. Pero Morris ya se había marchado por entonces, dejando atrás un escenario desolador para toda la familia.

Morris aún visita lo que fue su casa para charlar con sus antiguos vecinos y mantener la red de amistades de sus hijos. Sentada al lado de su marido Yoho el matrimonio se da la mano mientras rememora su calvario. Llegó un momento en que destinaron los ahorros de una vida, 50 mil dólares, para refinanciar la hipoteca y volver a la casa de sus sueños: “El principal problema llegó cuando la mensualidad se pasó a calcular con un tipo de interés variable. Llegó un importe que no podíamos pagar”.

Este problema fue común durante la crisis. Un avaricioso sector financiero les prestó una hipoteca trufada de letra pequeña que reflejaba que el tipo de interés fijo inicial cambiaba a variable al tercer mes de vida del contrato. Los Morris asumieron el reto porque pensaban en el importe inicial: “En ese momento sí, porque la economía iba bien y mi marido trabajaba más de las 40 horas semanales que acostumbraba. Así que entonces teníamos el dinero para pagar”.

El súbito encarecimiento de un 50% de la mensualidad combinado con las dificultades laborales de Yoho llevaron a los Morris a buscar una salida con el banco, que había prestado la totalidad del coste de la casa: “Iniciamos el proceso para refinanciar primero con el banco, el que tenía nuestra hipoteca. Luego miramos otros bancos. En ese momento el mercado inmobiliario estaba en caída, y tres o cuatro bancos diferentes declinaron nuestra petición. Tras intentarlo no hubo manera de poder pagar cinco mil dólares al mes por la casa.

El crédito de los Morris era, en efecto, lejos de ser perfecto. Pero los anuncios engañosos se mantenían en un mercado emborrachado de poder. El dinero barato abundaba. Un alud de ofertas prometía hipotecas a precio de saldo con tasas de interés iniciales irrisorias, para luego dejar al cliente abandonado.

Mary Marshall y su esposo Bob se vieron obligados a abandonar su casa en Rockville, Maryland, cerca de Washington, cuando él perdió su empleo en 2010. Los Marshall fueron víctimas de la política comercial de Bank of America, que les denegó la opción de vender la casa a cambio de condonarles parte de la deuda. Y es que, en el pico de la crisis, las entidades financieras apostaron por una estrategia perversa para desahuciar a los propietarios.

“Lo que algunos bancos hacen en algunos casos es no decirte nada hasta que no satisfaces tus pagos. Y eso destruye tu crédito, y es lo que tratamos de evitar”, cuenta Mary.

Una situación que también afrontó en su día Craig Grassley con su casa situada en Anacostia, la zona más peligrosa y conflictiva de Washington: “Lo que pasó al principio es que perdí mi trabajo. Y en 2008 vi que la economía iba muy mal así que los llamé para tratar de rebajar mi tipo de interés. No sólo no lo modificaron sino que ni hablaron conmigo hasta que la casa entró en proceso de desahucio”.

Estrategias financieras agresivas

De ahí empezaron los impagos y como consecuencia Grassley no tuvo que insistir más para hablar con el banco. Fue la entidad financiera quien tomó la iniciativa: “Entonces empezaron a llamarme para decirme: ‘nos debes este dinero’. Les dije, ‘miren, tengo problemas con mi trabajo’, lo que pedía es una reducción de la deuda total, no una modificación. Debo 260, 265 mil. Pero el valor real de la casa es 150. Eso es lo que les pedía, pero rechazaron reducirme la deuda total”.

La perspectiva de ciudadanos como Grassley es que el gobierno debió ayudarles. De hecho la administración inyectó 150 mil millones de dólares a las arcas de Fannie Mae y Freddie Mac, los conglomerados público-privados que garantizan nueve de cada diez hipotecas firmadas en los Estados Unidos. Pero el problema de fondo fue otro.

“Las reglas y calificaciones eran diferentes, eran muy agresivas. Creo que se luchaba por el mercado, que era muy lucrativo, y todo el mundo quería una pieza de él. ¿Fue demasiado exuberante? En ese momento quizá sí”, explica Grant Torrance, quien vende productos financieros en el corazón de Washington. Desde su oficina en el selecto barrio de Dupont Circle Torrance sostenía que la decisión de la Reserva Federal de bajar los tipos de interés del 6,5% al 1,5% en dos años y medio generó la tormenta perfecta.

Y es que, con este escenario, las entidades financieras se lanzaron a la caza de consumidores sin capacidad de devolver el crédito, como dice Mike Terrell, antiguo cajero en una oficina de Citibank en Washington: “Salieron al mercado a la búsqueda de hipotecas extremadamente arriesgadas con un retorno del 8 o el 9%. Hay mucha documentación que muestra como los bancos pagaban bonus a los agentes comerciales para firmar acuerdos arriesgados”.

En paralelo la ley Gramm-Rudman permitió a los bancos vender productos financieros complejos llamados derivativos, que generaban altos beneficios a la banca poniendo las hipotecas como garantía de pago. El sector troceó las hipotecas y las revendió en pedazos a fondos de riesgo, de pensiones y mutualidades para generar más beneficio, lo que dinamitó el sistema, como recuerda Noemí Waters, que en 2009 trabajaba en una oficina de la calle 17 de Washington del ya desaparecido banco Wachovia: “Cuando los tipos son tan bajos, no es rentable vender hipotecas de modo convencional sin avisar de que va a haber un incremento durante la vida del contrato”.

Cuando la Reserva Federal se dio cuenta ya era tarde y el mecanismo de control de los activos tóxicos fue insuficiente, arrastrando en su camino a la entidad que los aseguraba, AIG. Los bancos, en pánico, se dejaron de prestar dinero entre sí y esa falta de confianza mutua precipitó el colapso.

“¿Qué opciones te dejan? O sales de la casa, la devuelves al banco, la malvendes o te vas.” Yoho Morris fue sólo uno de los millones de afectados de una crisis que provocó una pérdida de riqueza por valor de tres billones de dólares. El precio medio de los inmuebles cayó en casi un tercio de su valor, un 31,8 por ciento.

Ahora los analistas advierten que se prepara otra tormenta perfecta porque las grandes entidades financieras han regresado a prácticas peligrosas. Y diez años después de la caída de Lehman Brothers, las rentas altas se han recuperado pero las bajas tienen aún menos oportunidades para recuperar la casa que perdieron por la avaricia de Wall Street.

 

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