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Arabia Saudita

Arabia Saudita, un socio violento, incómodo… pero muy rico

El asesinato del comentarista del Washington Post Jamal Khashoggi es el resultado de la impunidad con la que cuenta la monarquía saudita entre los gobiernos occidentales, particularmente Estados Unidos, dice el analista Mariano Aguirre. A través de la compra de armamento occidental, la inversión de la renta petrolera en Estados Unidos y Europa, la creación de redes clientelistas, y mantener estables los precios del crudo, Arabia Saudita tiene el favor político de gobiernos que ahora se enfrentan a defender los derechos humanos o los intereses económicos.

El príncipe herdero da Arabia Saudita, Mohammed bin Salman, intenta despegarse de toda responsabilidad en el asesinato de Jamal Khashoggi.
El príncipe herdero da Arabia Saudita, Mohammed bin Salman, intenta despegarse de toda responsabilidad en el asesinato de Jamal Khashoggi. SAUDI-BINLADIN/FALL Bandar Algaloud/Courtesy of Saudi Royal Cour
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El asesinato de Jamal Khashoggi forma parte de la persecución sistemática que practica la monarquía saudí de sus opositores. Bloggers, reformistas y defensores de derechos humanos son sentenciados a largas penas de prisión y condenas a latigazos públicos. Amnistía Internacional denuncia que Arabia Saudita practica de forma sistemática la tortura, la pena de muerte, y que viola el derecho internacional humanitario en Yemen. Algunos opositores han sido secuestrados fuera del país y llevados ilegalmente a Arabia Saudita donde permanecen en prisión.

Khashoggi era parte de la élite del país, pero había evolucionado hacia posiciones democráticas. En 2015 lanzó en Bahréin una emisora de televisión regional que emitía análisis y contenidos críticos de las monarquías del Golfo. Casi de inmediato fue cerrada debido a las presiones de Riad.

La monarquía saudita ha actuado con la impunidad que años de complicidad de Estados Unidos y, más recientemente, de la administración Trump, le indicaron que podría ejercer sin temor a represalias.

El pacto

A partir de 1945 Estados Unidos forjó un pacto con Arabia Saudita. A cambio de tener acceso a petróleo, y desde 1973 con un precio estable, Washington le ha garantizado protección a la monarquía, incluyendo la seguridad que Israel no le atacaría. Asimismo, le ha vendido cantidades ingentes de armamento, y no ha protestado por las violaciones de derechos humanos y el carácter feudal del régimen.

Arabia Saudita es el mayor comprador del mundo de armas estadounidenses.  Según un estudio del Stockholm International Peace Reseach Institute (SIPRI), absorbe la quinta parte de todas las exportaciones de armamento de ese origen. Entre 2013 y 2017 compró el 18% de las armas procedentes de ese país, y desde 2008 Riad ha incrementado la compra de material bélico de Estados Unidos en un 448%. El Pentágono mantiene una delegación permanente en Arabia Saudita para asesorar a los militares saudís sobre las nuevas adquisiciones.

A partir de 1973 el pacto ha sido una pieza clave de la arquitectura de seguridad de la región y de apoyo al sistema económico de Estados Unidos y Gran Bretaña. Riad y otras monarquías del Golfo reciclan parte de la renta del petróleo, invirtiendo en propiedades inmobiliarias y los mercados financieros de esos países.

Arabia Saudita, además, deriva fondos para financiar publicistas y lobbistas para promocionar su imagen. Igualmente financia, junto con otras monarquías del Golfo, centros de investigación y de análisis político (think-tanks) en Estados Unidos y Gran Bretaña.

Otros países, como Gran Bretaña, Alemania, Francia y España, se han beneficiado de ese pacto, lo que ha llevado a sus gobernantes a cortejar a la monarquía saudí. Recientemente, el gobierno socialista de Pedro Sánchez autorizó la venta de armas a Arabia Saudita, pese a las denuncias de que serán usadas en la guerra en Yemen. Por su lado, Canadá y Suecia han sufrido fuertes presiones cuando denunciaron las violaciones saudís de derechos humanos.

Terrorismo y negocios

En el curso de varias décadas la monarquía saudí ha fortalecido sus relaciones con políticos, congresistas y periodistas en Estados Unidos. La familia Bush, por ejemplo, tiene fuertes vínculos con Riad a través del negocio de la explotación de petróleo. La Administración de Barack Obama trató de compensar su apertura a Irán aumentando las ventas de armas estadounidenses a Riad por un valor de 111.000 millones de dólares entre 2010 y 2015. 

Estas relaciones son especialmente problemáticas debido al apoyo que la monarquía saudita, o sectores de ella, han proveído a grupos terroristas antioccidentales.

Quince saudíes fueron parte de los perpetradores de los atentados en Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001. Un informe sobre financiación del terrorismo del think-tank Council on Foreign Relations concluyó en 2002 que “durante años, individuos y organizaciones filantrópicas de Arabia Saudita han sido la fuente más importante de financiación de al-Qaeda. Y por muchos años las autoridades saudís han mirado para otro lado sobre este problema”.

En 2016 las dos cámaras del Congreso de Estados Unidos aprobaron una ley (Justice Against Sponsors of Terrorism Act), con la oposición del entonces presidente Obama, que permite a 1500 heridos y 850 familiares de víctimas los atentados de septiembre de 2001 iniciar causas judiciales contra Arabia Saudita por haber permitido la financiación de al-Qaeda. El gobierno saudí espera que Trump anule esa ley, pero el asesinato de Khashoggi hará que esto sea más difícil, y que las causas se reactiven

Por otra parte, Riad ha auspiciado a grupos radicales de la rama wahabita del islam que actúan en Siria, Turquía y otros países de la región. Arabia Saudita también fue activa en derrocar a los gobiernos de Bahréin y Egipto para acabar con la denominada primavera árabe que emergió en 2011 en Oriente Medio. La monarquía saudita ha impuesto también un duro régimen de sanciones a su vecino Qatar, debido a la línea independiente y en algunos casos crítica, que ha seguido el gobierno de este país hacia Arabia Saudita.

Desde 2015, además, la monarquía saudí y los Emiratos Arabes Unidos (EAU) lanzaron una ofensiva militar contra la minoría Houti (apoyada por Irán) en Yemen, que ha provocado la peor crisis humanitaria del mundo.

Rediseñar Oriente Medio

La alianza entre los gobiernos de Washington y Riad se estrechó a partir de septiembre de 2001. Grupos islamistas radicales e individuos (como Osama bin Laden) desafiaron a las monarquías del Golfo y a Estados Unidos como heredero del colonialismo británico en Oriente Medio. A la vez, en el complejo y opaco entramado de poder dentro de la monarquía saudí, príncipes y líderes religiosos extremistas continuaron apoyando a los grupos radicales, especialmente en Siria.

Paralelamente, el príncipe Mohammed bin Salman, designado por el Rey Salmán bin Abdulaziz como su delfín, pactó con la administración Trump, los Emiratos Árabes Unidos, e Israel redefinir la geopolítica de Oriente Medio.

El cuñado del presidente de Estados Unidos, Jared Kuchner y el embajador estadounidense en Israel, David Friedman (con la colaboración inicial de Steve Bannon, asesor ultraderechista de Trump), diseñaron un plan que incluye, por un lado, asfixiar económica y políticamente a los palestinos hasta que acepten la derrota y renuncien a su reivindicación de contar con un Estado.

Por otro, se trata de cercar a Irán, denunciando el acuerdo sobre su programa nuclear que firmó la administración Obama, y presionar a los europeos y a otros países para que no comercien con Teherán, con el fin de generar inestabilidad social, revueltas contra el régimen y su eventual colapso.

Para los saudíes la teocracia chiita iraní encarna una interpretación históricamente diferente y enfrentada del islam. Pero el enfrentamiento, fundamentalmente por la hegemonía regional, se proyecta en Siria, Líbano, Yemen, Palestina y Qatar. En el caso israelí, se considera a Irán como una amenaza existencial.

En tercer lugar, el plan considera apoyar al gobierno militar egipcio para que acabe por la fuerza con los Hermanos Musulmanes, a quienes los saudís consideran un enemigo mortal. Cuarto, acabar con la financiación de países del Golfo a grupos radicales en Siria.

Este plan, que no tiene en cuenta a actores de peso como Rusia y Turquía, y se verá seriamente afectado por el escándalo Khashoggi. Según el Washington Post, Kushner habría confiado excesivamente en las capacidades del príncipe heredero saudí, sin entender que el entramado del poder en Riad tiene diversos intereses que superan las ideas simples de un plan poco consistente.

Amigos rebeldes

Al igual que le ocurre a Estados Unidos con Israel, Arabia Saudita considera que no tiene que hacer todo lo que Washington le ordene. Después de décadas de apoyo sin condiciones, las élites de los dos países cuentan con Estados Unidos cuando les conviene, pero le cuestionan y se desmarcan cuando las políticas de Washington no coinciden con sus intereses.

Cuando el presidente Trump insinuó que el caso Khashoggi podría llevar a Estados Unidos a imponer alguna penalización, el gobierno saudí reaccionó indicando que no está dispuesto a recibir “ninguna presión” y que en ese caso “responderá con acciones más grandes”, recordando que el reino tiene un potencial petrolero que le hace “cumplir un papel de vital y de fuerte influencia en la economía global”. Trump no volvió a hablar de penalizaciones y aceptó las diferentes versiones que Riad fue dando sobre el asesinato.

Las rupturas de Israel y Arabia Saudita con Washington se produjeron en los dos casos durante el gobierno de Obama. La administración demócrata presionó a Israel para que negociara con los palestinos. La respuesta del primer ministro Benjamin Netanyahu y parte de la sociedad israelí fue desafiarlo abiertamente. Igualmente, cuando Obama firmó con Irán (junto con Europa, el Consejo de Seguridad de la ONU y Rusia) el acuerdo sobre el programa nuclear de ese país, Riad y las monarquías del Golfo le criticaron y dejaron saber que ya no confiaban en Estados Unidos.

Donald Trump quiso rehacer y fortalecer las relaciones con estos dos aliados. Su primer viaje oficial fue a Arabia Saudita e Israel. Desde entonces, su administración (con apoyo del Partido Republicano en el Congreso) firmó nuevos preacuerdos de ventas de armas para Riad por 400.000 millones de dólares (de los cuales se han ejecutado 14.500 millones), mudó la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén (yendo en contra de una serie de resoluciones de Naciones Unidas sobre la ocupación de territorios palestinos por parte israelí), y cortó los fondos para la agencia de la ONU que ayuda a los refugiados palestinos. Igualmente, ha garantizado apoyo diplomático a Arabia Saudí en la guerra en Yemen, y al gobierno dictatorial egipcio.

Las complicidades

La monarquía saudí cuenta con que podrá salir de este aprieto gracias a su poderío económico. Turquía, por ejemplo, se encuentra en una difícil situación financiera, y Riad puede ofrecerle préstamos con muy bajo interés, o casi gratis, y condonarle parte de su deuda externa a cambio de que no muestre evidencias que comprometan al príncipe heredero saudita.

Riad puede movilizar a sus lobistas y ejercer el chantaje explícito hacia Estados Unidos, Gran Bretaña y otros países europeos, indicando que adquirirá sus futuros arsenales a Rusia y China), y que podría desinvertir en sus sectores financieros e inmobiliarios.

El gobierno alemán ha anunciado que hasta que no se aclaran las circunstancias del asesinato congela la venta de armas a Arabia Saudita. Pero el presidente Trump ha dejado en claro su posición. Consultado sobre si suspendería los contratos sobre armamento indicó: “No lo quiero hacer y francamente ellos tienen un enorme pedido (de armas) de 110 000 millones (de dólares). Son 500.000 empleos. Es el pedido más grande de la historia de nuestro país de un ejército extranjero, ¿y lo vamos a desechar?”

Mariano Aguirre es analista de cuestiones internacionales y autor, entre otros libros, de Salto al vacío. Crisis y decadencia de Estados Unidos (Icaria editorial, Barcelona, 2017).

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