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Grandes Reportajes de RFI

Los primeros 100 días de Bolsonaro, una amenaza para la Amazonía

Primera modificación:

El nuevo presidente brasileño, Jair Bolsonaro, cumple 100 días en el poder con una popularidad muy baja. Su llegada a la presidencia supone un gran desafío para la Amazonía.Un reportaje de Heriberto Araújo, desde Brasil.

El 20% de la Amazonía ha sido destruida por el hombre.
El 20% de la Amazonía ha sido destruida por el hombre. Mauro Pimentel / AFP
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La hilera de estrechas y alargadas canoas de madera se abre paso lentamente por el cauce del río de agua turbia, el Amazonas. Una veintena de indios guajajara asisten, atentos, a todo lo que pasa en las dos orillas. Van armados con escopetas, arcos, flechas y machetes. No van de caza, sino a patrullar su reserva amazónica, localizada en el estado brasileño de Maranhão.

Los guajajara, guardianes de una quinta parte de la Amazonía

La tierra de los guajajara sufre la amenaza constante de los invasores, como los cazadores furtivos que penetran en el bosque indígena para cazar armadillos, tapires o incluso jaguares.

Pero los más peligrosos son los taladores ilegales. En cuadrillas de cinco o seis, van fuertemente armados, entran en la reserva para llevarse la madera noble, que venden por miles de dólares el metro cúbico. Y están dispuestos a todo para obtener ese botín.

Su acción tiene consecuencias nefastas para los guajajara y sus tierras, donde se mantienen algunos de los pocos remanentes de Amazonía en Maranhão. Sin selva, no hay fauna, ni plantas medicinales, ni lugares de culto. Sin bosque, dicen, no hay futuro para las próximas generaciones.

Por estas razones, se juegan la vida para expulsar de la reserva a los invasores, como explica el joven Genilson Guajajara: “Cuando vigilamos el área, decomisamos el material de los cazadores, de los invasores. Y luego no podemos salir de la reserva por causa de las amenazas. Es muy peligroso y preocupante para nosotros, porque no tenemos protección. Los indios son asesinados por esto”.

Con 25 años, Genilson es un joven líder indígena. Su forma de pensar cambió cuando, en 2015, su padre falleció de insuficiencia renal como consecuencia de la falta de atención médica. Él lo vincula al olvido del gobierno brasileño de los indígenas, quienes, con sus reservas, son los guardianes de nada menos que una quinta parte de la Amazonía.

Tras lo que le pasó a su padre, Genilson está determinado a darlo todo la reserva: “Quiero motivar a los jóvenes a luchar cada vez más. No es una lucha sólo para defender una tierra para nosotros, queremos esta tierra para sobrevivir. Esta es una tierra madre”, explica.

Los impactos de la acción de los invasores en la reserva de los guajajara son numerosos: zonas devastadas por el fuego, rebaños enteros de bovinos que pastan en áreas que, teóricamente, debían ser selva espesa.

La Amazonía, amenazada por la llegada de Bolsonaro al poder

Lo que sucede en la reserva de los Guajajaras es una metáfora de lo que sucede en toda la Amazonía brasileña. Del tamaño de Europa occidental, o de dos tercios de Estados Unidos, es la gran selva tropical del planeta. En cuatro décadas, la acción del hombre, su ambición desmesurada por expandir las fronteras económicas a cualquier coste, ha causado más devastación que los cuatro siglos precedentes.

El resultado es que el 20% de la Amazonía ya ha sido destruida por el hombre. Los expertos advierten que, si la tendencia no se frena, podríamos estar cerca de causar el colapso de todo el bioma, lo que tendría consecuencias impredecibles para todos nosotros.

La llegada de Jair Bolsonaro a la presidencia de Brasil supone un gran desafío para la Amazonía. Este hombre, que duda del cambio climático y considera las reservas indígenas como un zoológico humano, gobierna ahora la mayor nación amazónica del planeta.

Las consecuencias de sus políticas para dar un cheque en blanco a una nueva oleada capitalista en el mayor depósito de dióxido de carbono terrestre ya comienzan a sentirse. Desde que fue elegido presidente, en octubre, la deforestación creció cada mes a índices de dos dígitos.

Los ecologistas y las organizaciones de la sociedad civil ya han alertado de los riesgos que puede suponer la presidencia de Bolsonaro para el llamado pulmón del planeta. Una de las voces más incisivas es la de Sonia Guajajara, líder indígena brasileña y candidata a la vicepresidencia de la República en las pasadas elecciones.

Esta mujer, menuda y combativa, que no duda en ir al Parlamento para enfrentar a los políticos, advierte de que lo que está en juego es la supervivencia de pueblos enteros: “Nosotros indígenas somos atacados desde 1500, no es de hoy. Ahora tenemos el enemigo declarado. Tenemos temas urgentes para evitar el genocidio de los pueblos indígenas. Superamos la colonización, la dictadura, fueron millones de indígenas muertos durante la invasión europea, 8.000 muertos en la dictadura militar y parece que todavía no es suficiente… Siguen matándonos, destruyéndonos, no sólo nuestros derechos, sino queriéndonos negar nuestra propia identidad”, denuncia.

El principal vector de la deforestación es la apertura de nuevas áreas a la industria agrícola en Brasil, tercer mayor exportador mundial de alimentos. Cuando se cortan árboles centenarios, se trata de la tierra, de controlar ese codiciado bien en un planeta de población creciente y escasez de recursos.

Exacerbación de la violencia

Pero no se trata sólo de los derechos indígenas o de la protección del medio ambiente. Es también una cuestión vinculada a la exacerbación de la violencia. Cada año mueren en Brasil decenas de indígenas, ecologistas y pequeños campesinos como consecuencia de la lucha por el control de las fronteras agrícolas. La Amazonía es el lugar más peligroso y letal de todo el mundo para defensores del medio ambiente, según la organización Global Witness.

La carretera BR-163, en el estado amazónico de Pará, es una de las vías de exportación de la soja brasileña. Miles de camiones transitan semanalmente por aquí para llevar la leguminosa a todo el planeta, y sobre todo a China.

Es aquí, precisamente, donde más latente es la disputa entre grandes terratenientes y defensores de la Amazonía. Porque la carretera BR-163 corta más de seis millones de hectáreas de selva nativa controlada por los indios kayapó. Una zona tan intacta que un mono podría viajar por toda la región de árbol en árbol, sin tener que pisar el suelo. Un área amenazada constantemente.

Las autoridades ambientales son equipos de guardabosques que usan chalecos antibalas, ropa de camuflaje y fusiles de asalto. Van a la caza de taladores ilegales y de especuladores que destruyen la jungla para apropiarse de la tierra pública: un ambiente de guerra.

Luciano Evaristo, director de protección ambiental del Ibama, el ente brasileño que cuida del patrimonio natural del país, ha comandado decenas de operaciones para preservar la selva. Durante casi una década ha ejercido como el gran zar de la Amazonía, desplegando donde era necesario a sus 500 hombres y seis helicópteros con el objetivo de perseguir criminales ambientales.

Luciano, 62 años, no duda a la hora de describir la tipología de las personas o los grupos responsables de la deforestación en la gran selva: “Un equipo nuestro se encontró de cara recientemente con un grupo criminal armado con fusiles y llevando pasamontañas. ¿A qué se dedican? A intimidar a los pequeños campesinos para que les vendan la tierra barata. Si no aceptan vender, mueren. Violencia en el campo. Los activistas, los que denuncian la deforestación, los pequeños agricultores… todos son amenazados de muerte”.

Hoy es más seguro para un criminal deforestar la Amazonía y vender la tierra que traficar cocaína. Ganará mucho y correrá menos riesgos, a causa de la legislación que sólo impone penas de cuatro años de cárcel a los deforestadores.

Criminales de guante blanco

Pero, como en todo esquema ilegal, en la destrucción de la Amazonía también hay criminales de guante blanco. Están en lo más alto de la cadena de mando y son, sin duda, los que más lucran.

En 2016, después de dos años de investigación, Luciano le echó el guante al que es considerado como el individuo responsable por la mayor deforestación de la Amazonía. 30 mil canchas de fútbol o tres veces la ciudad de París es lo que Antonio Juqueira Vilela Filho habría deforestado por medio de un grupo de 40 personas que operaban día y noche junto a la reserva de los kayapó. El objetivo era arrasar el bosque para vender sus tierras o para producir ganado.

Lo curioso es que él comandaba todo el esquema sin salir de São Paulo, a más de dos mil kilómetros. Vilela Filho accedía datos de satélite y, cuando las nubes le impedían a Luciano vigilar desde el cielo la Amazonía, este empresario rural ordenaba que se quemara la jungla.

Luciano cuenta: “Los kayapó vinieron a Brasilia a buscarme, para llevarme allí. Me llevaron a cada campamento, sin datos satélite ni nada… porque cuando la motosierra zumba en la tierra de los kayapó ellos lo identifican y se comunican por radio. Ellos sabían donde estaban todos los deforestadores. Hay que decir esa verdad y darle el mérito a los indios. Yo no daba valor al indio, creía que era cooptado… Aprendí a apreciar a los indios cuando me llevaron a la deforestación, vi su simplicidad, vi que son mejores guardabosques que nosotros, no necesitan imágenes satélite… la percepción de ellos en la selva es mucho mayor que la nuestra, ellos no necesitan GPS… Hallan a los bandidos en la selva”.

Tras meses de escuchas telefónicas, Vilela Filho, sus hermanas y decenas de personas fueron arrestadas y encarceladas preventivamente. Semanas después, sin embargo, fueron puestos en libertad y aguardan la conclusión de su juicio. Luciano ordenó el decomiso de las áreas y vetó cualquier actividad económica en las zonas de selva destruida.

Muchos temen que Bolsonaro dé rienda suelta a la acción de los que se lucran con la destrucción de la Amazonía. Y no faltan razones para pensarlo. En sus primeros 15 días como presidente de Brasil, una de las primeras decisiones que adoptó fue destituir fulminantemente a Luciano, el gran zar de la Amazonía.

Ahora, los indios de la Amazonía están solos ante el peligro de defender una región crucial para todos los habitantes del planeta.

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