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Literatura y drogas, una relación estimulante

En el libro “Écrits stupéfiants” (escritos estupefacientes), la francesa Cécile Guilbert investiga sobre la relación entre literatura y drogas. La ensayista pasó años estudiando los textos literarios en búsqueda de información sobre los productos consumidos por sus autores.

La escritora belga Amélie Nothomb carburaría con sustancias alucinógenas.
La escritora belga Amélie Nothomb carburaría con sustancias alucinógenas. Harcourt Paris
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Verdadera caja de Pandora, Écrits stupéfiants (escritos estupefacientes), un ensayo de Cécile Guilbert, explora a muchas personalidades literarias, famosas o menos conocidas, que consumían y consumen drogas, y dejaron constancia de su adicción en sus obras.

La relación entre autores y drogas es, según ella, muy importante: muchos “han experimentado, consumido drogas o escrito bajo su influencia y sobre ellas, ya sea para celebrarlas, analizarlas o condenarlas. ¿Por qué? Es una gran pregunta que concierne a toda la humanidad, pero que los escritores tomaron a brazo partido, con menos hipocresía y más curiosidad”, dice Guilbert en entrevista con Les Inrockuptibles.

“Probablemente estaban menos preocupados que otros por la moral pública cuando el consumo de sustancias psicotrópicas fue reprimido socialmente a partir de principios del siglo 20, mientras que su lado bohemio vinculado al deseo de distinguirse hizo el resto”, explica la autora.

Opio: la droga perfecta

“No me voy a extasiar ante el opio. Sólo diré una cosa: es la droga perfecta”, escribió en el año 2000 Nick Tosches en Confesiones de un cazador de opio. Una sentencia compartida por varios autores que hicieron del opio una religión, con un papa autoproclamado: el británico Thomas de Quincey, quien escribía en 1821 Confesiones de un opiófago inglés.

Entre sus adeptos, el francés Jean Cocteau para quien “el opio elude los sufrimientos”: “El opio sigue siendo único y su euforia superior a la de la salud. Yo le debo mis horas perfectas. Es una lástima que en lugar de perfeccionar la desintoxicación, la medicina no trate de volver el opio inofensivo”, escribía en Opio el autor de Los padres terribles.

Tengo la intención no disimulada de agotar la cuestión a fin de que se nos deje tranquilos de una vez por todas con los llamados de la droga. Mi punto de vista es netamente antisocial. No hay sino una razón para atacar el opio. Es la del peligro que su empleo puede hacer correr al conjunto de la sociedad. Ahora bien: ese peligro es falso. Nacimos podridos en el cuerpo y en el alma, somos congénitamente inadaptados; suprimid el opio, no suprimiréis la necesidad del crimen, los cánceres del cuerpo y del alma, la propensión a la desesperación, el cretinismo innato, la viruela hereditaria, la pulverización de los instintos, no impediréis que existan almas destinadas al veneno, sea cual fuere, veneno de la morfina, veneno de la lectura, veneno del aislamiento, veneno del onanismo, veneno de los coitos repetidos, veneno de la debilidad arraigada en el alma, veneno del alcohol, veneno del tabaco, veneno de la anti-sociabilidad.

Antonin Artaud, “La liquidación del opio”

Baudelaire, quien tradujo al francés las Confesiones de un opiófago inglés, consumía láudano regularmente. En una carta a su madre, intenta tranquilizarla al respecto: “En cuanto al opio, ya sabes que tuve esa costumbre durante años, hasta tomar 150 gotas sin ningún peligro”.

El orientalismo, muy en boga en el siglo 19 y principios del 20, promovió considerablemente el consumo de opio: Charles Dickens, Rudyard Kipling, Charlotte Brontë y André Malraux no escaparon a la regla.

La morfina, su prima, también tuvo a sus adictos. Menos mística y pintoresca, más terapéutica, el “hada gris” logra “llevar hacia los cielos” a Julio Verne en el poema “A la morfina”.

El eterno hachís

El cánnabis, que ya aparecía en Las mil y una noches, es “el gran rival del opio como ‘droga literaria’ por excelencia”, explica Cécile Guilbert.

Gérard de Nerval, Honoré de Balzac, Alexandre Dumas y Théophile Gautier frecuentaban el famoso “Club des Hachichins”, un grupo dedicado al estudio y la experiencia de las drogas, principalmente el hachís, fundado por el doctor Jacques-Joseph Moreau de Tours en 1844 y activo hasta 1849. Las sesiones mensuales tenían lugar en un apartamento de la Isla Saint-Louis, en París.

André Malraux, novelista y ministro de Cultura de Francia de 1959 a 1969, también alude en sus escritos al “frenesí erótico” que sigue a “las montañas rusas del cáñamo”. Por su parte, el poeta franco-belga Henri Michaux, quien experimentó todo de manera metódica, estima que tomar hachís después de mescalina es dejar “un auto de carrera por un pony”.

La Beat Generation y la heroína

“He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, famélicas histéricas desnudas, arrastrándose de madrugada por las calles de los negros en busca de un pinchazo furioso”, escribía en 1956 Allen Ginsberg en el poema “Aullido”.

Y es que uno de sus amigos, William Burroughs, también integrante del movimiento literario Beat Generation, era especialista en la materia. Para él, “la droga no es, como el alcohol o la hierba, una manera de gozar más intensamente de la vida. La droga no es un placer. Es un modo de vida”.

El escritor alemán Klaus Mann y el poeta surrealista francés Robert Desnos también consumían heroína. Desnos, para quien con la droga uno se lanza “hacia el sueño que transforma en éxito sus fracasos, en dichas sus amores frustrados, en esplendores sus miserias”.

Los modernos: cocaína, sustancias psicodélicas y anfetaminas

Al parecer, el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, ya consumía regularmente cocaína, un “remedio mágico” que le permitía “combatir la depresión y la mala digestión con el mayor éxito”. A lo largo del tiempo, esta droga se ha vuelto una estrella.

El francés Frédéric Beigbeder estima que “sintetiza nuestra época: es la metáfora de un presente perpetuo sin pasado ni futuro”. Su ídolo, el estadounidense Bret Easton Ellis, le declara asimismo su amor: “Mi vida era un desfile sin fin, vuelto todavía más mágico por el surgimiento constante de cocaína, y si ustedes querían pasar tiempo conmigo, debían llevar consigo un buen sobrecito”.

Las anfetaminas también tuvieron una importante influencia en el siglo 20, con escritores como Truman Capote o Graham Greene. El novelista estadounidense Jack Kerouac, de la Beat Generation, tomaba Benzedrina: “Benny [Benzedrina] me hizo ver muchas cosas. El proceso de intensificación de la atención lleva naturalmente a sumergir las viejas nociones, y voila, un nuevo material surge como agua (…), y se hace evidente en los confines de la conciencia”. En cuanto a Jean-Paul Sartre, confió a Simone de Beauvoir haber hecho un festín con el estimulante Corydrane para redactar su Crítica de la razón dialéctica, entre otros libros.

Las sustancias psicodélicas, como el LSD, tienen igualmente a sus aficionados, y no es algo nuevo: Lewis Carroll, Anaïs Nin, Aldoux Huxley, Henri Michaux, Antonin Artaud, y hasta el filósofo francés Edgar Morin, quien cuenta en su Diario de California haber tenido excelentes momentos en el mundo de las drogas.

La novelista belga Amélie Nothomb tampoco es ajena a este mundo: “Si Nothomb nunca ha escondido su pasión por el champán, su interés por las sustancias alucinógenas al parecer se avivó al conocer a Tom Verdier [autor de Lucie dans le ciel, Lucía en el cielo] y al descubrir en 2010 el famoso festival Burning Man, ‘utopía’ estival que tiene lugar todos los años en el corazón del desierto de Nevada y que le inspiró Matar al padre”, comenta Guilbert.

Para la autora de Écrits stupéfiants, “más allá de que el uso sea médico o recreativo, siempre tomamos drogas para ‘aumentarse’: en sensaciones, poder, conocimiento y conciencia”. Y más allá de si uno es consumidor o no, siempre podrá apreciar la literatura de los que buscaron inspiración en los paraísos artificiales.

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