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Bangladés

Los refugiados rohinyás de Bangladés, a la merced del monzón

Osiur Rahman, un refugiado rohinyá que vive en una choza de bambú en del mayor campo de refugiados del planeta, en Bangladés, intenta calcular sus posibilidades de supervivencia si el monzón se lleva por delante la tierra que hay bajo sus pies. 

Cerca de 120 000 rohinyás viven en campos de refugiados cerca de la ciudad de Sittwe desde 2012, sin poder circular libremente.
Cerca de 120 000 rohinyás viven en campos de refugiados cerca de la ciudad de Sittwe desde 2012, sin poder circular libremente. RFI/Sarah Bakaloglou
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 "Nuestras familias morirían. Aquí hay niños por todas partes. Vivimos con el miedo constante de que la lluvia provoque un deslizamiento de terreno", confía este hombre de 53 años, que ocupa un refugio situado en una cuesta junto a nueve familiares.
   Tras la guerra y las enfermedades, los gigantescos campos de refugiados del sur de Bangladés están ahora a la merced de una nueva amenaza potencialmente devastadora: los diluvios provocados por el monzón, que empieza en junio.
   Casi un millón de musulmanes rohinyás procedentes de la Birmania vecina viven en la miseria, en medio de inmensos campos de tiendas.
   En cuestión de meses, 700.000 personas huyeron de una campaña del ejército birmano considerada por la ONU como una limpieza étnica y se refugiaron en Bangladés, que deforestó urgentemente cientos de hectáreas para poder construir refugios.
   Sin embargo, las obras remodelaron el paisaje y volvieron el terreno más vulnerable, en una región que recibirá en los tres próximos meses más de 2,5 metros de precipitaciones. Es decir, el triple de lo que llueve en un año en Gran Bretaña.

   - Sin protección arbórea -

   De los 200.000 refugiados que viven en zonas de riesgo, apenas 21.000 han sido desplazados hasta ahora. Mientras las grúas tratan de nivelar el terreno, los refugiados tratan de proteger sus viviendas lo mejor que pueden.
   Se han excavado vías para canalizar el agua de la lluvia y se han protegido los retretes con sacos de arena para que el agua no se infiltre y no se desborden.
   Por su parte, Noor Mohamad, un refugiado, ha echado mano de trozos de madera y de piedras para reforzar el techo de su cabaña contra el viento, aunque no tiene mucha fe en su dispositivo.
   "Aquí no hay nada para detener el viento", dice, señalando la jungla de chozas que ha sustituido a la vegetación.
   Los rohinyás, oriundos de una región de Birmania situada al otro lado de la frontera, muy cerca, están familiarizados con el monzón. Pero en el estado de Rakáin sus pueblos estaban construidos para soportar la ferocidad de los cielos y los árboles los protegían.
   En el campo de refugiados, a falta de espacio en las colinas, se han construido refugios en la parte baja de la pendiente. "Podríamos perder vidas a medida que la gente va resbalando hacia abajo y que los valles se van inundando", advierte Kevin J. Allen, director de operaciones de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur).
   Tras las masacres en Birmania, los rohinyás "podrían enfrentarse a otro peligro, pero esta vez proveniente de la naturaleza", declara a la AFP.
   Los ciclones que se forman en el golfo de Bengala suelen golpear el distrito de Cox's Bazar, donde se encuentran los campos de refugiados. Cientos de miles de personas han muerto en las últimas décadas en Bangladés víctimas de las inundaciones y de los torbellinos.

   - Atrapados en los campos -

   Además, los refugiados rohinyás no tienen donde ir porque las barreras militares filtran las carreteras para mantenerlos en los campos.
   Bangladés también se niega a que los refugios precarios construyan viviendas más sólidas.
   El gobierno bangladesí considera a los rohinyás como ciudadanos birmanos -mientras que Birmania los ve como extranjeros-, que solo están en su territorio de forma temporal, por lo que se opone a emprender cualquier medida que pueda fomentar que se queden a largo plazo.
   Pero, en la práctica, estos apátridas pueden llegar a pasar décadas en los campamentos insalubres, donde no se les permite ni trabajar ni casarse con bangladesíes.
   En caso de urgencia, las mezquitas y los centros comunitarios de la región solo podrían acoger a 150.000 personas como máximo. "Si hay un gran ciclón y toda esta gente necesita refugio, no existe ningún dispositivo adaptado. No es posible desplazar a un millón de personas", admite Kazi Abdur Rahman, un responsable del distrito.
   Una tormenta o un ciclón devastador podría aislar los campos durante una semana, alertan las organizaciones humanitarias, con lo que una población superior a la de San Francisco podría verse, de un día para otro, privada de alimentación.

(Con AFP)

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