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Pakistán

Elecciones en Pakistán: ¿hacia el fin de la transición democrática?

Más de 100 millones de electores tienen cita con las urnas este miércoles para renovar el Parlamento pakistaní. Después de 2008 y 2013, estas elecciones legislativas deberían haber permitido consolidar el sistema político de Pakistán. Pero diez años después de la dictadura, y tras una campaña deletérea, el espectro del Ejército reaparece y amenaza a la joven democracia asiática. El análisis de Amélie Blom, profesora del INALCO (Instituto Nacional Lenguas y Civilizaciones Orientales), especialista en Pakistán.

Una calle de Rawalpindi cubierta de afiches electorales en Pakistán.
Una calle de Rawalpindi cubierta de afiches electorales en Pakistán. REUTERS/Faisal Mahmood
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RFI: ¿Cómo define a estas elecciones legislativas?

Amélie Blom: Estas elecciones van a marcar un giro en la historia política de Pakistán. Van a clausurar la transición democrática iniciada a partir de finales del año 2007. Es también el fin del sistema bipartidista. Hasta ahora teníamos a dos formaciones que compartían el poder: el Partido del Pueblo Paquistaní (PPP) y la Liga Musulmana de Pakistán (PML-N), de Nawaz Sharif, ex primer ministro. Ahora tenemos a un tercer participante nuevo, el movimiento [del excampeón de cricket] Imran Khan, que aparece como favorito.

¿Por qué piensa que se trata del fin de la transición democrática?

Porque estas elecciones tienen lugar en un clima político muy duro, con recrudecimiento del autoritarismo, con una ofensiva contra el PPP y el PML-N. Viene sobre todo del aparato judicial, con una enorme presión contra la formación de Nawaz Sharif, quien fue destituido el año pasado y hoy está en prisión. En cuanto al Partido del Pueblo Pakistaní, se le prohibió hacer campaña en el Punjab, la provincia más poblada del país. También se registraron fuertes presiones contra la sociedad civil y los periodistas, y maniobras para favorecer el surgimiento de la mayor cantidad posible de candidatos independientes o salidos de las filas de los movimientos islamistas más duros.

Podemos hablar de una verdadera iniciativa que apunta a organizar la refundación del sistema político tal como existe desde los años 1970. Vamos a ver emerger un Pakistán que será ciertamente una democracia en el sentido de los procedimientos, pero, en la práctica, un régimen autoritario conducido por un líder populista, Imran Khan, erigido por fuerzas que no han sido elegidas, el Ejército, la alta función pública, la institución judicial, dotados de poderes decisivos en la política interior y regional.

¿Imran Khan no sería más que un fantoche movido por fuerzas no elegidas?

Tampoco se trata de una marioneta, representa algo dentro de la sociedad pakistaní. Tienen inicialmente a su favor una popularidad que viene de sus actividades caritativas y deportivas. Posee un verdadero apoyo popular de una parte de la clase media urbana que sueña con el cambio. Aparece como alguien nuevo en el juego político porque nunca ha sido primer ministro. Pero, al mismo tiempo, preocupa. Es alguien muy volátil, que tiene un verdadero odio por lo que llama “la escoria liberal”, las fuerzas democráticas, los defensores de los derechos humanos y la libertad de pensamiento.

Había prometido un “nuevo Pakistán”, sin embargo hizo entrar a su partido a todos los políticos más corruptos que sintieron venir el cambio, tránsfugas del PPP y el PML-N. ¿Encarna hoy el cambio? ¿Será tan fácil de controlar como pueden esperarlo los militares? No parece tan evidente.

¿Cuándo cambió tan brutalmente un paisaje político que parecía estabilizado desde hacía una década?

El Ejército enfrenta una situación sin precedentes. En 2013, por primera vez, a un gobierno civil le siguió a otro gobierno civil. Nunca había ocurrido en la historia de Pakistán. Hasta entonces había existido siempre una alternancia con un movimiento decenal, diez años de dictadura, diez de transición democrática, y vuelta a empezar. Esta vez las elecciones llegan después de otras elecciones, con un sistema democrático y partidario que se consolida. Es, creo, la razón de este nerviosismo.

Podemos añadir la dimensión de la política regional. Nawaz Sharif, antes de ser destituido, había logrado una autonomía con respecto a los militares y en su postura frente a India y Afganistán, sin hablar de su gestión de los grupos yihadistas dentro de Pakistán. Eran temas en los que se había vuelto cada vez menos controlable.

Aunque históricamente es un producto del Ejército, Nawaz Sharif llevó, casi a su pesar, a reflejar una sociedad pakistaní que sueña también con libertades individuales, democracia, paz. Hablamos de una sociedad golpeada desde 2001, que sufre desde hace 17 años atentados, ataques, una guerra civil en sus fronteras. Los pakistaníes aspiran a un clima pacífico, y Sharif empezó a encarnar esa esperanza. Es quizá este sueño el que se trata de quebrar.

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