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Programa Especial

La travesía en ‘bici’ por los Pirineos, una historia de esfuerzo y sufrimiento

Primera modificación:

“El hombre puede trepar hasta las cumbres más altas, pero no puede vivir allí mucho tiempo”. La frase del escritor irlandés George Bernard Shaw sirve de punto de partida para la crónica de Paisajes y Leyendas sobre una historia de ambición, sufrimiento y tenacidad: La travesía del Tour de Francia por Los Pirineos, uno de los capítulos más apasionantes de la épica del Tour de Francia.

Steve Cummings hacia una victoria en los Pirineos, en la séptima etapa del Tour.
Steve Cummings hacia una victoria en los Pirineos, en la séptima etapa del Tour. AFP
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Los Pirineos, un cruce de caminos de regiones y sensibilidades. Una zona donde las banderas de Francia, España y Andorra se vuelven una sola del color de la montaña. Esas cumbres que se ha convertido en un lugar mítico para el ciclismo donde cada año, en el mes de julio, se aglutinan miles de espectadores para aclamar con todo el entusiasmo y el cariño posibles a los héroes de dos ruedas que atraviesan valles y ascienden puertos desafiando lo imposible.

Cumbres borrascosas

Corría el año 1910. El Tour de Francia llevaba ya siete ediciones y el periódico l’Auto, el Auto, en cuya redacción se había concebido la Grande Boucle, aumentaba su tiraje de 20 mil a 50 mil ejemplares cada mes de julio cuando que se llevaba a cabo la vuelta en bicicleta a Francia .

Pero la ambición desmedida no entiende de fronteras. Y el director del diario, Henry Desgrange, apodado El Patrón, no contento con el éxito de su invento y ansioso por seguir apoderándose del monopolio informativo y publicitario de su rival, el diario, Le Velo, se aferró a la disparatada idea de que los ciclistas atravesaran en bicicleta una región montañosa, hasta ese momento impenetrable, sin caminos transitables, conocida como el Circulo de la Muerte. Los Pirineos:

Cuando Desgrange dio a conocer su proyecto de pedalear la cordillera se formó un escándalo mayor. Se decía que el Patrón iba a llevar a los ciclistas a la muerte. Nadie, salvo algunos pastores nativos, se adentraba por esas montañas salvajes a las que la bruma, la nieve, el hielo y los osos hacían prácticamente insondables.

Pudo más la terquedad y la ambición del “patrón” y, finalmente, 110 corredores partieron el 19 de julio de 1910 desde Perpignan hasta Luchon pasando por el Aspet y dos días después se enfrentaron a la segunda etapa de montaña desde Luchon hasta Bayona atrvesando por los inexplorados Col de Peyresourde, Aspin, Tourmelet, Soulor y el Aubisque. 326 KM de esfuerzo y sufrimiento.

Cuando Octave Lapize llegó a la mítica cumbre del Aubisque, dejó su bicicleta a un lado se dirigió hacia el comisario del Tour de Francia que esperaba al pelotón y vociferó a su oído « asesinos ». Lapize era sordo pero su grito hizo temblar las montañas

Lapize conquistó 5 de las empinadas cuestas, ganó las dos etapas por Los Pirineos y se llevó también la vitoria del Tour en ese 1910. A otros de sus compañeros, en cambio, se los tragaron Los Pirineos. Cayeron de sus bicicletas, agonizantes y heridos en el cruel ascenso y no menos duro descenso de esas cumbres borrascosas

Gloria y dolor

Pese a los costos humanos de esta hazaña pionera, los ciclistas prosiguieron trepando en sus bicicletas por los empinados Pirineos mientras el diario de Desgrange no paraba de elevar su tiraje alcanzado un máximo de 833 mil ejemplares en 1933. El Tour, con las etapas de montaña incluidas, continuó su marcha suspendido solamente durante las dos guerras mundiales.

Muchos de los grandes ciclistas han inmortalizado sus nombres con sus proezas en los Pirineos. Albert Bourlon, antiguo prisionero de guerra, protagonizó en 1947 una increíble escapada al principio de la etapa de Carcassonna y recorrió los 235 kilómetros hasta Luchon. Su récord sigue vigente hoy en día.

En 1952, se inauguran las etapas con final en alto. Y fue el italiano Fausto Coppi, el Campionisimo, quien conquistó tres de ellas. Toda Francia pudo ver la hazaña de su ascenso al Tourmalet en las retransmisiones televisivas del Tour que también se inauguraron en ese año de 1952. Coppi subió al Pódium en Paris con nada menos ni nada más que 28 minutos de avance sobre el segundo, un tiempo que en ciclismo es una eternidad.

Fue con los ascensos a Los Pirineos que un joven belga de 24 años se catapultó como uno de los mejores ciclistas de la historia en los alborada de la década de los 70’s. En una escapada en solitario de más de 120 kilómetros por los puertos de los Pirineos, y utilizando el Tourmalet como plataforma de lanzamiento, a 2.115 metros de altitud, Eddy Merckx conquistó el Soulor y el Aubisque. Ahí nació la legenda de “El Canibal”.

Pero las subidas y los descensos por esas cuestas peligrosas también han dado lugar a accidentes, algunos mortales, y la mayoría de los que los ciclistas han salvado sus vidas por motivos que escapan a la razón. El drama más memorable es el padecido por el holandés Win Van Est quien en 1951 cayó en el fondo de un barranco a 50 metros detrás una curva en el descenso del puerto de Aubisque. Los aficionados y los espectadores ataron docenas de ruedas y lograron izar al pobre maillot amarillo hasta la carretera. Van Est apareció golpeado y llorando. Pero estaba indemne. Un verdadero milagro. El impacto, sin embargo, fue tan fuerte que decidió abandonar

El 12 de julio de 1971, Luis Ocaña, el maillot amarillo del Tour, cae y es embestido por otro corredor en el descenso del puerto de Menté, aún más peligros debido al temporal de lluvia. Ocaña sufrió lesiones graves y tuvo que cederle el Tour a Merckx. Un año después no se salvó nadie de la caída. Bernard Thévenet quedó inconsciente unos minutos en el Soulor, pero pudo continuar. En el siguiente Tour, Raymond Poulidor, cubierto de heridas, con la cabeza ensangrentada en el puerto del Portet d'Aspet, fue asistido en un muro. Se había caído a un barranco, afortunadamente su bicicleta frenó el impacto. Años después en la misma curva, el italiano Fabio Casartelli no pudo escapar a la muerte.

Cansados y muchas veces con los huesos rotos, después de pedalear por estas cumbres borrascosas, los ciclistas perduran con sus bicicletas la travesía por Los Pirineos. Las trochas se han transformado en carreteras y caminos muy bien asfaltados, los velocípedos son hoy en día más livianos, los cuidados y el reposo han mejorado notablemente, pero el sufrimiento y el esfuerzo que implica esta odisea siguen intactos.
 

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