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Análisis

Reunión del G-20, otro paso hacia un mundo sin reglas

La reunión del G-20 celebrada en Argentina ha sido un símbolo más de la crisis del sistema liberal internacional, el declive de Estados Unidos como líder global, y el ascenso de China como gran potencia económica y financiera. La declaración final confirmó que no hay ninguna variación en el modelo económico neoliberal, se expresaron una serie de buenas intenciones sobre temas como el impacto de las nuevas tecnologías en el mundo laboral y la lucha contra la corrupción, pero sin planes ni acciones concretas. China y Estados Unidos acordaron una tregua en la guerra comercial, y París y Pekín manifestaron que colaborarán en políticas medioambientales mientras que Washington reconfirmó que se retira del Acuerdo de París, en su línea de ataque contra el multilateralismo.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, con su equipo en la cumbre del G20 en Buenos Aires, durante su encuentro con su par Xi Jinping, el 1 de diciembre de2018.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, con su equipo en la cumbre del G20 en Buenos Aires, durante su encuentro con su par Xi Jinping, el 1 de diciembre de2018. REUTERS/Kevin Lamarque TPX IMAGES OF THE DAY
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La declaración final es un compendio de buenas intenciones sobre el impacto de la inteligencia artificial y la robotización en el mundo laboral, el libre comercio, las migraciones, la protección del medio ambiente, la integración de la mujer en el trabajo, y la lucha contra la corrupción y el terrorismo. El texto se puede resumir en: “Continuemos con el mismo modelo económico y estamos interesados en todos los temas mencionados”.

En dos campos que se puso más énfasis fue, por un lado, respetar el Acuerdo de París sobre cambio climático, pero Estados Unidos se desmarcó explícitamente. Y, por otro, revisar el funcionamiento de la Organización Internacional del Comercio (WTO por sus siglas en inglés), algo que complace a Washington.

Tanto los temas muy inmediatos como las cuestiones de fondo fueron evitadas en Buenos Aires. No se discutió Venezuela ni las crisis migratorias en América Latina (desde Venezuela hacia Colombia y la región, y desde América Central hacia Estados Unidos). Tampoco se abordaron las guerras en Siria y Yemen, la tensión entre Washington y Europa debido a la reimposición de sanciones a Irán por parte del primero, la agudización de la crisis en Ucrania por acciones militares de Rusia, ni la crisis humanitaria provocada por el gobierno de Myanmar.

Asedio al multilateralismo

Pero tampoco se discutió la cuestión de fondo del ascenso del nacionalismo de ultraderecha, la tensión creciente entre proteccionismo y libre comercio, ni cómo proteger al sistema multilateral que se asienta sobre acuerdos, tratados, convenciones y normas del derecho internacional. Este sistema, desarrollado en el curso del siglo XX, incluye las diferentes relaciones entre los Estados del mundo y gestiona el balance entre los intereses políticos y económicos nacionales y los comunes de la humanidad.

Los acuerdos en múltiples campos han permitido grandes logros en los últimos 70 años, como evitar que no hubiese nuevas guerras mundiales, la estabilidad entre las potencias europeas, y que se evitaran confrontaciones con armas nucleares durante la Guerra Fría.

Pero desde el comienzo del siglo XXI se ha manifestado una creciente falta de compromiso por parte de los Estados más fuertes en preservar y fortalecer las reglas del sistema internacional y el denominado sistema liberal internacional (basado en el libre mercado, la democracia y la vigencia de los Derechos Humanos). Las razones son diversas, pero entre ellas se encuentran, primero, la respuesta de Estados Unidos al 11 de septiembre de 2001, con ofensivas militares y métodos irregulares saltándose el Derecho Internacional.

Segundo, la promoción global del neoliberalismo que desreguló las operaciones económicas, comerciales y financieras, promocionando menor control del Estado a nivel nacional como internacional.

Paréntesis en la guerra comercial

Donald Trump ha llevado esta tendencia más lejos que nadie. Entre otras medidas, bajo su presidencia Estados Unidos ha abandonado el Acuerdo de París, el acuerdo de libre comercio de la región del Océano Pacífico, y se ha negado a firmar el pacto global sobre refugiados.

Igualmente, ha impuesto sanciones a Irán (violando el acuerdo internacional que se había firmado con ese país sobre su programa nuclear), trasladó la embajada de Estados Unidos en Israel de Tel Aviv a Jerusalén (yendo en contra de resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas), ha cortado el financiamiento a la agencia de la ONU para la protección de los refugiados palestinos, y anunció recientemente que Washington se retira del acuerdo con Rusia sobre misiles nucleares de alcance intermedio.

En una de sus medidas más populares entre su electorado, pero internacionalmente polémica, la Casa Blanca lanzó este año una ofensiva comercial contra China, aumentando sustancialmente los aranceles en las importaciones provenientes de ese país. China reaccionó subiendo también las tarifas sobre productos de Estados Unidos. Una guerra similar se estableció con Europa.

De la misma forma que ha hecho con los negociadores europeos, en Buenos Aires Trump acordó con China detener la guerra durante unos meses y volver a negociar. Como explica el periodista Bob Woorward en su libro sobre la Casa Blanca, competir con China es una de las obsesiones de Trump. A la vez, tiene presiones internas, especialmente de grupos empresariales, que consideran que esa pugna no beneficiará a nadie, y que además es peligrosa desde una perspectiva de seguridad.

Estados Unidos depende en gran medida de la producción y el mercado chino. Para muchas empresas estadounidenses la propuesta de Trump de abandonar la producción de sus bienes en ese país (donde pagan menos por la mano de obra) y reinstalarse en Estados Unidos, tampoco resulta atractiva.

Ambos países enfrentan desafíos muy fuertes. Estados Unidos tiene que modernizar sus infraestructuras y sufre una profunda polarización política. China tiene pendiente cuestiones de pobreza masiva, crisis ambiental y gestión de las macro urbes, entre otras. En el corto y medio plazo, Estados Unidos, durante y con posterioridad a Trump, previsiblemente continuará encerrándose. Las políticas de fuerza y tensión que promueve la Casa Blanca no le servirán para mejor su posición global. Por su parte, los dirigentes chinos le continuarán disputando espacios en foros multilaterales, invirtiendo alrededor del mundo y generando rutas, centros regionales de producción y redes comerciales-financieras.

Como indica a El tiempo (Bogotá) Juliana González, de la Facultad de Ciencias Sociales (FLACSO Argentina), el G-20 no va a resolver los problemas entre Washington y Pekín. Hay más intereses en juego más allá del comercio: “por la soja, el aluminio o el acero”, además de la “cuarta revolución y quién va a dominar la revolución tecnológica” en las próximas décadas.

El cambio climático

Fue importante que en Argentina se reafirmara el compromiso con el Acuerdo de París, pero los datos del último informe del Panel Intergubernamental Sobre Cambio Climático (IPCC en sus siglas en inglés) indica que no se están cumpliendo los objetivos, y que el impacto ambiental que se esperaba para dentro de varias décadas está ocurriendo ya mismo. Un informe del gobierno de Estados Unidos (en oposición a lo que afirma el presidente Trump) publicado en noviembre indica serias consecuencias económicas para ese país.

China y Francia anunciaron que harán esfuerzos conjuntos para combatir el cambio climático. Francia ha implementado importantes medidas contra el cambio climático en las últimas dos décadas y tiene un plan de transición hacia la energía verde. Pero actualmente más del 70% de la electricidad del país es producida por 58 centrales nucleares.

Por su parte, China cuenta con altos y graves índices de contaminación debido al acelerado modelo productivo que ha practicado durante las últimas tres décadas.

Este país es el mayor productor de emisiones de carbón, tiene un alto nivel de contaminación urbana, deterioro de las tierras cultivables y de sus recursos hídricos, e inseguridad alimentaria. Pero el gobierno chino muestra crecientes signos de querer combinar alta productividad con protección ambiental, y es uno de los principales inversores mundiales en energías renovables. Igualmente, hay un creciente movimiento de autoridades locales y sociedad civil en favor de una discusión pública y medidas estatales de protección.

El G-20 y América Latina

Respecto de América Latina, el G-20 no ha hecho ninguna recomendación específica en un continente en el que el multilateralismo se encuentra crecientemente deteriorado debido a la debilidad o práctico cese de actividades de sus organizaciones multilaterales.

Entre tanto, las tensiones entre diversos Estados pueden aumentar debido a la polarización alrededor del gobierno venezolano, y la llegada al poder de políticos con ideologías encontrada, como Andrés López Obrador en México y Jair Bolsonaro en Brasil.


Mariano Aguirre es analista de cuestiones internacionales y autor, entre otros libros, de “Salto al vacío. Crisis y decadencia de Estados Unidos” (Icaria editorial, Barcelona, 2017).

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