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Grandes Reportajes de RFI

Palabras de refugiados en la frontera serbo-húngara

Primera modificación:

Miles de personas atraviesan a pie la región de los Balcanes huyendo de la violencia en Siria e Irak y soñando con un futuro mejor. Muchas intentan cruzar por tierra la frontera húngara desde Serbia antes de que se endurezcan las medidas para ingresar en la zona Schengen.Un reportaje de Ricardo Abdallah.

Foto: Ricardo Abdallah
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"Me llamo Mohamed Alhuysan Almouraqueb. Venimos desde Siria a Europa para buscar una vida mejor. Huimos de los bombardeos, la muerte y el genocidio efectuados por el régimen de Bashar al-Asad y sus milicias comunitaristas". Con Mohamed viajan su esposa, Aisha, y sus tres hijos, Fatima, Yassim y Rabi. El menor tiene apenas un año. Han tomado el autobús en Subotica, la ciudad de Serbia a la que llegaron la noche anterior en un tren desde Belgrado. A diferencia de la mayoría de los refugiados, Mohamed no tiene un teléfono que le indique su posición en un mapa, pero sabe que los conductores de las líneas regionales se han acostumbrado a gritar "Horgoš Border! Hungary" cuando llegan al punto en el que se tienen que bajar.

En el campo de Kanjiza, Ouisam, Siff y sus compañeros hablan de las diferentes posibilidades que tienen para llegar a la frontera. Si optan por la carrilera de Horgoš, harán parte de las cuentas oficiales de las autoridades húngaras que dan un promedio de 3.000 refugiados diarios entrando al país. Si se deciden por los caminos entre el bosque a partir de la población de Palić, no estarán en ninguna lista. Por ahora hacen parte de los 150.000 migrantes que transitan por Grecia y los Balcanes rumbo a la Unión Europea. "Tengo veinte años. Y me hace mucha falta mi país, mi escuela, mi familia. Me hace mucha falta todo", lamenta Ouisam.

"Yo estoy con mi familia con un niño pequeño y no podemos ponerlo en peligro. Así que nos quedaremos aquí hasta que encontremos un pasador que nos lleve. Y puede que esa persona sea ambiciosa y nos pida mucho dinero y no tengamos suficiente. En ese caso no sabríamos qué hacer. Créame. No sabemos cómo hacer ni qué hacer. La comida hasta ahora no ha venido. ¿Por qué? Soy un viejo y quiero comer, pero no hay comida", explica Mustafa. Tiene 46 años, y hasta hace dos años, fue profesor universitario: "Ya que he estudiado y he enseñado la literatura inglesa y las obras de Shakespeare y de Ben Jonson y de muchos otros autores, soy un gran admirador de la cultura inglesa. La he estudiado y además me especialicé en fonética".

Desde una torre de vigilancia abandonada cerca de la frontera con Hungría, un grupo de refugiados mira el sol que se pone sobre los cultivos de manzana y maíz. También ven la fila de gente que avanza sin detenerse, porque sabe que al caer la noche la policía cerrará el paso y les obligará a esconderse entre los matorrales o a regresar al campamento. Venir hasta aquí les ha tomado toda una tarde en la que por momentos la temperatura ha alcanzado 35 grados, sin sombra.

"Trabajé dos años en el Instituto Intermedio para la preparación de profesores. Allí les enseñaba francés a los niños de los 13 a los 17 años, pero los alumnos descuidan el francés porque sus padres no saben hablarlo. Ellos sólo hablan árabe e inglés", cuenta Oumaya, una mujer de 43 años que parece mucho menos. ¿Su secreto? No maquillarse y amar la vida, pese a todo.

Las personas del norte de Serbia aún tienen presentes las filas de refugiados que recorrían el país hace apenas unos años. Eso puede explicar su simpatía hacia los recién llegados, pero los campamentos improvisados de inmigrantes que esperan pasar al otro lado no son un fenómeno reciente. Uno de ellos existe desde hace más de cinco años en las afueras de Subotica, la segunda ciudad más grande de la región. Tibo Varga, un pastor de la Iglesia del Calvario de origen húngaro, realiza un trabajo humanitario con los refugiados desde hace cuatro años: "Es una cosa muy variada porque he conocido mucha gente. Hay los que tienen dinero y pueden pasar por ahí y comer, pero hay también una buena parte de ellos que está sufriendo, que no tiene recursos y por eso se quedan en esas circunstancias. En esa región que se llama La Jungla, aunque es sólo caña, agua, árboles y arbustos, se esconden y hacen sus carpitas, sus tiendas. Durante el invierno, cuando hace menos 25 grados, todo está helado, nieva día y noche, y pasar por ahí es bastante peligroso".

Adentro de La Jungla, tres jóvenes afganos conversan sentados en el piso alrededor de una bolsa con arroz y pollo, un vaso de yogur en la mano. "Yo soy Hassan, mi familia son seis personas, somos de Herat, en Afganistán. Nos fuimos a Irán, luego a Turquía, a Estambul, de ahí a la isla de Metileno y desde ahí a Atenas. Desde Atenas mi madre y dos hermanos viajaron a Alemania y nosotros seguimos hacia Macedonia, y ahora estamos aquí, en Belgrado. Nuestra meta es Alemania", relata uno de ellos.

Dicen que cuando lleguen a Alemania van a estudiar. Eso quiere también Hasem, quien camina por las calles de Kanjiza buscando un almacén en el que vendan zapatos: "Soy un metalero de Siria. Mis bandas favoritas son Guns N' Roses, Pink Floyd, Draconian… AC/DC…". Entre las bandas de metal sirias, recomienda Eulen y Shattered Morality. Espera poder volver a tocar guitarra en Alemania.

Alemania, Suecia, Inglaterra... Muchos sueñan con volver a Siria cuando termine la guerra. Con una vida propia, sus parientes, sus amigos, sus casas. Mientras tanto, Mohamed y los demás van en busca de un mundo nuevo: "Un mundo sin muerte y sin guerra. Lleno de paz y de modernidad. De cultura y amor. Eso es lo que mis hijos tienen que aprender. Lejos del racismo y del comunitarismo. Yo no quiero que crezcan como niños de la calle y de la guerra".
 

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