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El 21 de febrero de 1916, al alba, el ejército alemán lanzó un intenso bombardeo sobre las líneas francesas que dio inicio a una de las más sangrientas batallas del siglo XX: Verdún.

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Más de 60 millones de obuses fueron arrojados durante los 300 días que duró la batalla en la que perdieron la vida más de 300.000 personas. Al final de la guerra, las 10.000 hectáreas del campo de batalla de Verdún fueron forestadas para evitar que sean nuevamente utilizadas como tierras de producción agropecuaria y así convertir el espacio en un lugar de memoria.

Este año se conmemora el centenario de la batalla y la ciudad de Verdún con sus alrededores volvieron a los titulares de los medios. Pero además de la historia está el costado económico.

Memoria de la guerra y biodiversidad

Más de 400.000 personas visitan cada año el área. El turismo es esencial para la economía local. En 2015 el departamento de la Meuse, donde está Verdún, tuvo un índice de desempleo de 10 por ciento.

 

 

“Verdún, después de la guerra, era una pequeña ciudad que se estaba muriendo. No había agricultura, no había industria. La gente se había ido empujada por la guerra. A partir de 1919 se editó una guía turística del campo de batalla y entonces una gran cantidad de familias empezaron a venir para visitar el lugar donde cayó uno de sus parientes. Y en ese momento comienza la mutación de Verdún en lugar turístico”, explica Frédéric Hinschberger, guardaparques y uno de los responsables del bosque de Verdún, quien desde el 2010 conduce una serie de proyectos para poner en valor la zona y relanzar la economía local.

“Antes, la visita de Verdún estaba limitada a un museo, un osario y dos fuertes, el de Douaumont y el de Vaux. Pero nos dimos cuenta de que la gente quería también conocer la historia de los terrenos de la batalla y qué sucedió con ellos luego del conflicto. Entonces identificamos algunos componentes esenciales para desarrollar las visitas. El valor ambiental del sitio y su impresionante biodiversidad. El paisaje y los vestigios que quedan en el terreno, porque fue todo el campo de batalla que está acribillado por agujeros de obuses. Y los ocho pueblos destruidos que han sido denominados como ‘muertos por Francia’”, prosigue Frédéric Hinschberger.

Antes de la guerra, sólo un cuarto del área era bosque. A partir de 1923 los otros tres cuartos fueron cubiertos con robles, fresnos, arces y pinos negros, entre otros. Un siglo después la naturaleza se apropió de la zona.

 

 

Además, comenta el guardaparques, “los hoyos de los obuses que se llenan de agua casi todo el año son lugares muy favorables para el desarrollo de los animales como los tritones, las ranas y los sapos. También tenemos la más bella colonia de murciélagos del este de Francia que ocuparon los antiguos fuertes y albergues subterráneos. Por eso estamos desarrollando recorridos pedestres para que la gente descubra los vestigios y la biodiversidad. Queremos darle al visitante una visión de lo que fue y lo que es hoy el campo de batalla”.

Dos de los cuatro recorridos previstos ya fueron terminados y pronto habrá otro para los ciclistas. Para transitar cada uno se necesitará entre dos a tres horas.

Gérald Colin, guardaparques y estudioso de la Gran Guerra, es uno de los guías de los circuitos para los visitantes. Además del turismo, Colin explica que los miles de árboles plantados en Verdún ayudan de otra manera a la economía: “Desde un punto de vista económico, es un bosque que necesita ser explotado porque son árboles resinosos que fueron plantados hace más de 90 años y que están ya llegando al final de su ciclo. También tenemos ataques de insectos que devastan hectárea tras hectárea. Entonces hay un momento en el que no queda otra opción que explotar. Seguimos el ciclo natural del árbol. Desde el punto de vista económico no vamos a esperar que los árboles perezcan, buscamos explotarlos cuando están en su punto máximo de valor. Porque detrás de eso está el costado financiero. O sea buscamos ganar lo más posible vendiéndolos a su justo valor”.

La lluvia en la región es interminable. De acuerdo a los guardaparques es un clima similar al que vivieron los soldados en 1916. A veces es llovizna, otras veces se desploma un aguacero. Sólo durante algunos minutos sale el sol que sirve apenas para calentarse un poco. El barro profundo atrapa los zapatos. Se hace difícil caminar por el bosque pero es justamente el agua de la lluvia que hace reaparecer las huellas del combate.

 

 

Casi un cuarto de los 60 millones de obuses lanzados durante la batalla no explotaron. La gran mayoría sigue bajo tierra u ocultos entre la vegetación. Si están cerca de las áreas por donde pasan los turistas, un equipo especializado viene a desactivarlos. Algunos contienen elementos químicos. Cada año más de veinte toneladas de obuses son retirados de los bosques de Verdún. Pero la tierra no sólo esconde explosivos y esquirlas.

Verdún, un cementerio a cielo abierto

“Hoy consideramos que hay todavía más de 80.000 hombres bajo tierra. ¡Son 80.000 muertos! Regularmente descubrimos cuerpos que salen a causa de excavaciones ilegales que realizan algunos coleccionadores de la Gran Guerra. Encuentran cadáveres y les quitan lo que tienen. El equipo, el casco, el cinturón”, relata Gérald Colin.

Estos elementos son conservados por los coleccionistas o alimentan un mercado de reliquias de guerra. Con el centenario, el precio de venta aumentó. Por ejemplo en internet, un casco recuperado de las trincheras de Verdún y con un impacto que lo perforó se vende por más de 700 euros.

Si bien las zonas transitadas por los turistas fueron adaptadas para las visitas, todavía puede haber algunas sorpresas, como lo cuenta el doctor Bruno Fremont, médico forense de Verdún desde 1984 y el encargado de recuperar los restos de los soldados: “Cuando llueve mucho como hoy, hay un efecto de erosión y hay cosas de la guerra que reaparecen. (…) Hay por todos lados. Todo el campo de batalla es así. Es por eso que se decidió no realizar excavaciones ni investigaciones. Intervenimos sólo cuando un hueso emerge de la tierra. Consideramos que las 10.000 hectáreas del campo de batalla son un cementerio a cielo abierto donde todos los desaparecidos duermen y los dejamos en paz”.

 

 

De los 26 soldados que encontraron, diez tenían la osamenta casi completa y siete pudieron ser identificados gracias a las placas de metal con su nombre. Los que recuperaron su identidad fueron restituidos a sus familias, si todavía la tienen; quienes tenían el esqueleto casi completo fueron enterrados en una tumba individual como soldado desconocido. Los demás fueron llevados al osario de Douaumont junto a los restos de otros 130.000 hombres no identificados.

El osario de Douaumont, un lugar de interés turístico

Es justamente este osario uno de los destinos principales de quienes visitan Verdún. El edificio, de 130 metros de largo, mira hacia un cementerio donde hay más de 16.000 tumbas. Douaumont es uno de los ocho pueblos que fueron completamente destruidos durante la guerra.

De los casi 300 habitantes que había antes de la guerra, en Douaumont viven hoy sólo dos familias. Una encargada de cuidar el osario. Y la familia Vaudron que gerencia el Albergue de los Peregrinos, paso obligado de los visitantes para poder comer y reposarse.

Sylvaine Vaudron, la actual alcaldesa, explica que “es verdad que hoy hay mucha gente. La mayoría viene en búsqueda de información sobre sus ancestros que cayeron en Verdún. Vuelven para conocer las huellas de sus antepasados. Vienen de toda Francia y de Alemania, porque ellos perdieron tantos chicos como nosotros. También de Luxemburgo, Bélgica, Estados Unidos, Holanda. Y ahora empiezan a llegar españoles, italianos, gente del norte de África. Y últimamente recibimos una delegación de chinos. Casi todas las naciones pasaron por Douaumont”.

Verdún espera seguir recibiendo decenas de miles de turistas que ayudan a la economía local. Mantener un gran espacio de la memoria requiere una gran inversión. Sólo en la renovación del museo se desembolsó más de 12 millones de euros.

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