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Francia

¿Qué se esconde detrás de la radicalización islamista?

El atentado del 14 de julio pasado en Niza obliga a preguntarse nuevamente cuáles son los mecanismos que operan en la violencia del extremismo musulmán.

Personas rinden homenaje a víctimas antes de un minuto de silencio en el Paseo de los Ingleses, en Niza, el 18 de julio de 2016.
Personas rinden homenaje a víctimas antes de un minuto de silencio en el Paseo de los Ingleses, en Niza, el 18 de julio de 2016. REUTERS/Eric Gaillard
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El nuevo atentado terrorista en Francia acelera una serie de debates sobre el Islam, la radicalización y el uso de la violencia. ¿Es una lectura radical del Islam lo que conduce a grupos organizados e individuos a atacar violentamente a ciudadanos no musulmanes y a musulmanes de otra rama del Islam (chiíes)? ¿O es el Islam una justificación ideológica que encubre un odio basado en otras razones socio-económicas? ¿Son los perpetradores, como el conductor del camión en Niza, fanáticos religiosos que siguen los lineamientos de organizaciones como al-Qaeda o el denominado Estado Islámico (ISIS), o resentidos sociales, económicos o culturales con un alto grado de perturbación psicológica que usan el discurso político-religioso para justificarse?

En la historia del Islam se encuentran diversos ejemplos, debates y argumentaciones acerca del uso de la violencia contra los “infieles”, y de luchas violentas entre los seguidores de diferentes ramas de esta creencia. Como en casi todos los cuerpos de doctrina religiosa hay muy diferentes lecturas y tendencias que permiten alegar que el Islam predica la paz o justifica la guerra. La persecución contra el Islam político ha sido también, y continúa siendo, por ejemplo actualmente en Egipto, muy poderosa.

La religión ha ocupado un lugar predominante en aquellos estados de cultura religiosa musulmana que fueron colonias, o que siguen bajo formas de dominación colonial, como es el caso de los territorios ocupados de Palestina, y en los que el Estado no ha cumplido las expectativas que se tenían al declararse las independencias a partir de la mitad del siglo XX. En estos países no ha habido, además, una reforma que trazara una línea clara entre política y religión. Esta falta de reforma permite una constante y complicada relación entre identidades religiosas y construcción del Estado.

En la mayor parte de los países de Oriente Medio una sustancial parte de los ciudadanos consideran que sus gobernantes durante las últimas cinco décadas han pactado con las antiguas potencias coloniales, con Estados Unidos, y en algunos casos con Israel, para mantenerse en el poder, explotarlos y mantenerlos en la pobreza y la desigualdad. Millones de ellos han tenido que emigrar o huir a otras partes del mundo. Muchos, y antes que ellos sus familias, han ido a vivir en países cuyos gobiernos están aliados con las élites que les explotan, y cuyos ejércitos, en algunos casos, les invaden.

De entre estos millones de despojados de bienes y derechos surgen líderes políticos y religiosos que promueven la rebelión contra sus élites y contra los gobiernos extranjeros. El discurso, en múltiples variables, unas violentas otras pacíficas, combina anti colonialismo y anti imperialismo con reivindicaciones de su identidad amenazada y críticas al fracaso de los estados post-coloniales.

Especialmente desde los atentados de septiembre de 2001 y la invasión a Iraq en 2003, esa prédica ha adquirido un tono sectario y se ha extendido y practicado ya no sólo contra gobiernos sino contra ciudadanos considerados infieles en Nueva York, Madrid, Londres, Mumbai, Ankara, Túnez, París, California, Bruselas, Irak, Siria o Líbano. Y ahora Niza. La justificación para matar ciudadanos es que las intervenciones militares occidentales, por ejemplo en Irak y Siria, las acciones de la coalición que lidera Estados Unidos contra ISIS, y los ataques con aviones no tripulados (drones) en Yemen y otros países matan civiles.

La radicalización es un fenómeno complejo que no tiene una sólo raíz. De un lado están los predicadores del odio que usan el Islam como legitimación para su poder.

Por otro, las políticas de países occidentales que han preferido durante décadas apoyar a las élites represoras locales, y hacer negocios con ellas, sin medir el odio que esto podría generar en las sociedades post-coloniales. Añadido a esto, están la marginación de muchas segundas y terceras generaciones en los países hacia los que han emigrado, por ejemplo Francia o Bélgica. El racismo es, además, un problema serio, que persiste y subyace en Europa y Estados Unidos, como se manifiesta actualmente con el auge de movimientos anti-inmigración.

Esa marginación puede ser económica y social (en las barriadas pobres de París o Bruselas); o puede ser subjetiva. O sea, jóvenes de familias de inmigrantes que han logrado tener una posición dentro de las clases medias del país receptor pero que, sin embargo, consideran que se sienten culturalmente marginados. Este el caso de hombres y mujeres jóvenes que deciden abandonar sus familias en Gran Bretaña y otros países para unirse al denominado Estado Islámico porque consideran que ahí pueden realizarse volviendo a míticos orígenes culturales.

La mayor parte de los atentados cometidos desde septiembre de 2001 han sido llevados a cabo por personas con conocimientos superficiales de la doctrina del Islam.

La mayor parte de ellos tienen antecedentes criminales, generalmente robos, y de forma muy generalizada practican la violencia doméstica. La mayoría no respetaba normas religiosas, como indican las primeras informaciones sobre el asesino de Niza.

Como indica el profesor Oliver Roy, del European University Institute (Florencia), estas personas no representan una radicalización del Islam, sino una islamización del radicalismo por causas de pobreza, marginación, resentimiento social o trastornos psíquicos. El discurso y la teatralidad del Estado Islámico les proveen a estos jóvenes una misión transcendental, un territorio mítico desde el cual ejercer la violencia, marchar al suicidio y sacar su odio con una justificación o una excusa. El elemento suicida añade mayor complicación. La mitificación de la violencia que se promueve a través de múltiples medios, y la ideología machista que rige en general, pero particularmente dentro de los países con cultura musulmana, son dos componentes añadidos que merecen especial atención.

Responder con más ataques militares en Siria o Iraq no es la solución. Los terroristas se pueden inspirar en líderes escondidos en esos países, pero es hacia la realidad de su radicalización por razones diversas en Europa, Estados Unidos y otros países hacia donde hay que mirar. No hay justificación para asesinatos como los de Niza, pero necesitamos analizar las razones, mitificaciones y explicaciones, por incómodas que sean, que guían a los perpetradores de estos actos para diseñar políticas preventivas.
 


Mariano Aguirre dirige el Centro Noruego de Construcción de la Paz (NOREF), en Oslo.
 

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