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Enfoque Internacional

El este de Mosul revive pese a la amenaza del EI

Primera modificación:

La parte oriental del último bastión del grupo Estado Islámico (EI) en Irak fue retomada por las fuerzas progubernamentales y empieza a retomar una vida normal. Sin embargo, los habitantes de esta zona viven pendientes de las incursiones aéreas de los drones con explosivos de los yihadistas.Desde Mosul, por Hugo Passarello Luna.

Las fuerzas progubernamentales escrutan permanentemente el cielo ante la amenaza de los drones del EI.
Las fuerzas progubernamentales escrutan permanentemente el cielo ante la amenaza de los drones del EI. Foto: Hugo Passarello Luna/RFI
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El capitán Ehsan levanta la mirada y examina el cielo. Está nublado, pero la posibilidad de una lluvia no es lo que le preocupa.

“Cuando hay este tiempo los yihadistas preparan algún ataque”, dice Ehsan sin bajar la mirada y explica que las nubes no permiten a los aviones de la coalición liderada por Estados Unidos controlar los movimientos de los combatientes del grupo yihadista Estado Islámico (EI) y atacarlos antes de que lleguen a las posiciones del ejército iraquí.

“Ayer por la noche 14 de ellos cruzaron el río”, dice Ehsan. Todos cayeron bajo las balas de las Fuerzas de Operaciones Especiales Iraquíes, también conocida como la División Dorada, la élite del ejército entrenada por EEUU, y a la que pertenece Ehsan. Son estos soldados quienes custodian la orilla oriental de Mosul frente el río Tigris.

Tres meses les tomó reconquistar el este de la ciudad. Ayudado por binoculares hoy vigilan el lado oeste, donde viven más de 750.000 personas, y desde donde acechan los yihadistas.

Mosul, la segunda ciudad de Irak, está divida en dos. Apenas 200 metros de agua separan a los enemigos.

Desde la radio del capitán Ehsan, una voz mecánica da la alerta: un dron del EI sobrevuela la zona. Desde hace semanas los yihadistas cargan los drones con granadas en un improvisado pero letal ataque aéreo que hostiga a los hombres de la División Dorada.

Todos los militares apuntan la mirada y sus fusiles al cielo. Los dedos acarician el gatillo, pero todavía nadie detecta el dron.

Hasta que una ametralladora quiebra el silencio. A unos 100 metros de altura, acecha el dron. Decenas fusiles se unen a la balacera. Hay que derribarlo antes que deje caer sus explosivos.

El lento retorno a la normalidad

Unas semanas antes, un mortero cayó en un parque en el barrio Al Murur a pocos kilómetros del río. Por suerte las únicas víctimas fueron dos monos y una leona que formaban parte del pequeño zoológico de la zona.

Hoy dentro de la vacía jaula de los monos tres niños juegan a los gritos. No les perturba el olor que lanza el cadáver de la leona que sigue ahí tirado. Desde las jaulas aledañas un oso y un león observan sin mayor interés la escena, enflaquecidos por la falta de comida y rodeados de sus propias inmundicias.

En el este de Mosul, los habitantes tratan de retomar una vida normal.
En el este de Mosul, los habitantes tratan de retomar una vida normal. Foto: Hugo Passarello Luna/RFI

“Vivo cerca por eso vengo seguido al parque”, dice Ali Abed Al-Jabab, que mira a los animales demasiado débiles para ser fieras. “Nos da tristeza verlos así, pero no podemos hacer nada. Necesitan comer carne y el precio es alto. La gente quiere alimentar a sus familias, no a los animales.”

A pesar de sus 23 años, Alí está recién terminando sus estudios secundarios. Como la mayoría de los niños y jóvenes mosulíes no pudo ir a clases durante los tres años del régimen yihadista. “La vida bajo el Estado Islámico era súper aburrida. Peor que estar dentro de una jaula”, dice Alí. “Eras vigilado todo el tiempo. Para venir al parque tenías que estar acompañado de la familia, no podías venir solo. Y no podías tener esta barba o este pelo”, agrega con algo de vanidad al mostrar una barba acicalada y un pelo corto cuidadosamente arreglado con gel. “Tampoco podías hablar con las chicas”, dice sonriendo un joven que escucha detrás de Alí la conversación.

A pocos minutos del parque dos vehículos militares blindados y con soldados detrás de sus ametralladoras protegen la entrada de La bella dama un emblemático restaurante de Mosul.

“Los yihadistas nos obligaron a cambiar el nombre por El restaurante de la fe. No les gustaba el anterior porque tenía la palabra dama”, dice Khattab, 25 años, mientras revisa que no se quemen la docena de pollos que está cocinando. Como muchos mosulíes no quiere dar su nombre completo ni que le tomen fotos porque su familia vive en el oeste de Mosul y teme represalias por parte de los yihadistas.

“Los miembros y líderes del EI venían a comer acá. La mayoría pagaba, pero algunos no. El dueño no decía nada. Supongo que por miedo”, dice Khattab mientras da el vuelto a un cliente que acaba de pagar 10.000 dinares, unos 8,5 dólares, por uno de los pollos. “Antes los vendía por 8.000 porque la gente no tenía dinero”.

Solo los miembros del EI tenían los recursos para ir al restaurante. La guerra, el miedo y la falta de trabajo impusieron la austeridad en la vida de los mosulíes.

Pero esta tarde, 10 días después que su barrio fuese liberado por el ejército, Imad se da el gusto y pide cordero y ensalada. “Acá venían sólo los del EI”, dice Imad, un ingeniero que prefiere no dar su verdadero nombre. Antes de la llegada del EI trabajaba para el estado en una refinería de Mosul destruida durante el conflicto.

Cuando los yihadistas tomaron la ciudad, el gobierno de Bagdad dejó de transferirle el salario, como sucedió con los miles de empleados públicos. “Ahora estoy buscando trabajo. ¿Saben si las ONG ya se están instalando acá?”, pregunta Imad que volvió a cobrar solo una parte de su anterior sueldo luego de la recaptura de Mosul y después de que las autoridades verificaran que no tenía vínculos con los yihadistas.

A pesar que los negocios en el restaurante mejoraron, la mayoría de los comensales no son civiles sino miembros del ejército y de la policía. Dada su vital importancia para ganar el conflicto las fuerzas de seguridad fue uno de los sectores que tuvo menos problemas para recibir sus salarios.

Como los soldados de la División Dorada, la unidad mejor paga de las fuerzas iraquíes, que ahora, frente a la orilla del Tigris, siguen disparando hacia el cielo con la esperanza de derribar el dron de los yihadistas.

No lo logran y una granada cae a doscientos metros de nuestra posición. Nadie resultó herido.

Pero al día siguiente, cuando otro dron lance su carga, la suerte no estará de su lado y uno de los soldados del capitán Ehsan tendrá que ser trasladado a la unidad médica. “Nos atacan cinco o seis veces por día”, dice Omar uno de los tenientes de Ehsan. “No es fácil derribarlos.”

Luego de tres meses de combates, los soldados de la División Dorada dejan el frente a manos de la 16ta división del ejército. Los soldados de élite se retiran a descansar por unas semanas para prepararse para la segunda y, nadie lo duda, sangrienta etapa. Cruzar el Tigris y reconquistar el oeste de Mosul.

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