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Irak

Morir en Mosul: testimonios de los civiles atrapados por la guerra

Decenas de miles de civiles están todavía en las zonas controladas por el Estado Islámico. Los yihadistas toman como escudos humanos a las familias y disparan sobre quienes intentan escapar. Reportaje.

Civiles huyendo de Mosul
Civiles huyendo de Mosul © Hugo Passarello
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Por Hugo Passarello, enviado especial en Mosul, Irak.

En tiempos normales esos pequeños camiones transportan cabras y corderos. Pero estos no son tiempos normales, sino de guerra. Y cada vez que unos de estos camiones se detienen en el hospital de campaña, su remolque está lleno de civiles que lograron huir de los combates en Mosul.

De uno de esos camiones baja Mustafá, la barba rala y todavía llena de polvo, descalzo y con uno de sus pies heridos, la sangre ya coagulada.

“No hay comida. No hay nada de nada. Si no tienes dinero no puedes vivir. Sobrevivíamos cocinando hierbas”, dice Mustafá sentado en una camilla en este centro médico militar a solo un kilómetro del frente al que llegó dos horas después de su evasión esa misma mañana.

“Un francotirador del EI se puso en nuestro techo. Después de que se fue, dos bombas cayeron sobre mi casa a las dos de la tarde”, explica Mustafá que se fue con los sobrevivientes a la casa vacía de al lado.

Fue en el jardín de esa casa que enterró a sus muertos. Primero puso el cuerpo de su hermano, luego el de su sobrina. Cuando terminó de cubrir con tierra los dos cadáveres, Mustafa dijo a los familiares que le quedaban que ya era hora de partir.

Seguido por su mujer, su hija, su cuñada, las tres sobrinas que le quedaban, y llevando a cuestas a su hijo malherido tenía que recorrer unos cientos de metros de calles pobladas solo por escombros y coches incendiados.

Mustafa sabía que hacia el oeste estaba la línea del frente con el ejército iraquí. También sabía que los francotiradores del Estado Islámico disparan desde sus escondites a los civiles que intentan huir de la ciudad. Niños incluidos.

Pero por sobre todo Mustafa sabía que ya no podía más. Eran las 9 de mañana y empezaron a caminar.

La historia de Mustafa se repite decenas de veces por día en Mosul, donde hoy se enfrentan las fuerzas armadas iraquíes con los yihadistas del EI, que hoy controlan apenas unos kilómetros de la segunda ciudad de Irak.

“Una de mis hijas murió”, dice Samira, la cuñada de Mustafá unas camillas más lejos cuidando a su madre que también sufrió heridas por el bombardeo. “La esposa de mi tío perdió sus dos piernas. Mi marido se quedó con el otro grupo de familiares heridos entre los que está mi padre. Nos separaron”, explica Samira.

Los bombardeos aéreos de la coalición liderada por Estados Unidos son diarios e implacables. Sin ellos el ejército iraquí no podría avanzar frente a los yihadistas que, ya rodeados, luchan con la convicción de quien sabe va a morir.

Pero con ellos también caen los civiles. El pasado 17 de marzo una bomba de más de 220 kilos pulverizó un edificio dónde dos yihadistas se habían apostado en el techo. Ambos murieron y con ellos 105 civiles que estaban en los pisos de abajo. Estados Unidos admitió haber lanzado el proyectil.

Varias ONG, entre ellas Human Rights Watch, pidieron que se cese el uso de “explosivos de amplio alcance en zonas densamente pobladas”, como el oeste de Mosul, que fulminan indiscriminadamente todo a su alrededor, combatientes y no. Más de 480 civiles murieron bajo las bombas de la coalición, según cifras oficiales publicadas por Estados Unidos. Sin embargo, la organización Airwars, que monitorea los ataques aéreos en la región, dijo que el número era ocho veces superior, más de 3.800.

A finales de mayo la fuerza aérea arrojó en las zonas controladas por el EI en Mosul miles de panfletos pidiendo a los vecinos que abandonen el área. Pero los yihadistas les impiden que se vayan y disparan sobre quienes lo intentan. Los utilizan, los necesitan, como escudos humanos.

Las Naciones Unidas denunciaron que, en un solo día, el pasado 1 de junio, los yihadistas masacraron a 163 hombres y mujeres que intentaban huir, sin perdonar tampoco a los niños.

“Ayer fuimos a rescatar a un anciano de 94 años que no tenía nada para comer y estaba atrapado del otro lado del frente”, dice Mahmud miembro de Free Burma Rangers, un reducido pero imprudente grupo de voluntarios, que van al frente, y más allá, para rescatar civiles. Unos soldados acompañaron a Mahmud y sus compañeros hasta la casa del anciano, unos 400 metros en territorio del EI, esquivando los tiros felizmente poco certeros de los yihadistas.

“Cuando volvíamos con el anciano a cuestas, de todas las casas empezaron a salir cientos y cientos de civiles que corrieron con nosotros”, dice Mahmud y explica que, al ver a los dos soldados que lo acompañaban, los vecinos salieron a la calle creyendo estar protegidos por el ejército. “Los yihadistas empezaron a disparar, la gente corría desesperadamente hacia el frente. Hirieron a siete personas y dos no llegaron”, dice. Un francotirador los había fulminado a sólo 50 metros de la salvación.

Las fuerzas armadas están rodeando el casco histórico de la ciudad, donde libraran la última y más dura fase de la batalla por Mosul. Ahí las calles angostas no permiten que los soldados se muevan con la protección que ofrecen los tanques y los blindados. Entonces la lucha será casa por casa y cuerpo a cuerpo. Entre esas callejuelas todavía viven más de 150.000 civiles, atrapados entre las balas y las bombas.

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