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Grandes Reportajes de RFI

Irak, la cuna de la humanidad devastada

Primera modificación:

En Irak, el grupo Estado Islámico, además de aterrorizar pueblos enteros, intentó borrar la huella cultural del país atacando los lugares históricos que pueblan la Mesopotamia. Más de un tercio de los 12.000 sitios arqueológicos iraquíes estuvieron bajo el dominio yihadista.

Un policía iraquí, parado sobre lo que fuera la cripta con los restos del profeta Jonás, mira hacia el tragaluz que iluminaba el santuario en la mezquita.
Un policía iraquí, parado sobre lo que fuera la cripta con los restos del profeta Jonás, mira hacia el tragaluz que iluminaba el santuario en la mezquita. © Hugo Passarello Luna
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Desde Mosul, Hugo Passarello Luna

“Éste es el palacio. Ésta es la entrada al palacio, pero como puede ver, es tal la destrucción que incluso yo no puedo reconocer qué es cada cosa. Todavía queda el jardín del interior.”

Estamos en Irak, exactamente en la planicie de Nínive. Sobre una de las pocas elevaciones en esta chatura mesopotámica, el viento y un puñado de camaradas son la única compañía que tiene el teniente Ibrahim Ahmed, de 40 años. La misión del policía en esta tierra desolada es proteger el milenario Palacio de Nimrud. O mejor dicho lo que queda de él, apenas una montaña de escombros de 2700 años de antigüedad.

“Estamos en la tumba del rey. Se habrán robado su calavera. Ya no hay nada acá… excepto nosotros”, cuenta el teniente Ibrahim.

A medida que el ejército iraquí abandonaba sus posiciones en el verano del 2014, el grupo yihadista Estado Islámico tomó la planicie del Nínive, incluyendo su capital, Mosul.

Durante casi tres años el Estado Islámico impuso sobre los habitantes en esta zona de Irak su radical y violenta interpretación del Corán. Nada quedó a salvo de la mano dura de los yihadistas. Miles de casas destruidas, más de tres millones de desplazados en todo el país, decenas de miles de muertos, mujeres yazidíes convertidas en esclavas sexuales. El catálogo de infamias es largo.

Pero además de tratar de eliminar o exiliar pueblos enteros, como los yazidíes, los shabak, y los cristianos, el Estado Islámico, o EI, tampoco olvidó de intentar borrar su huella cultural.

Atacó los sitios históricos que pueblan la Mesopotamia, que vio nacer y morir decenas de religiones, sectas, pueblos, imperios, y naciones. Más de un tercio de los 12.000 sitios arqueológicos de Irak estuvieron bajo el dominio yihadista.

Antes de batirse en retirada, el Estado Islámico convirtió en escombros muchos de estos lugares que son parte de la historia de la humanidad.

Hoy los iraquíes deben construir y reconstruir un tejido social entre sus diversas comunidades para no caer nuevamente en una guerra civil. Y entre los desafíos está la reconstrucción de su extenso patrimonio cultural, que es el orgullo del país, como Nimrud era el orgullo del teniente Ibrahim, originario de la zona: “Esto fue destruido por el Estado Islámico. La posición original de estos hombres-toros alados era ahí junto a la puerta”.

Los hombres-toros alados, conocidos como lamasus, eran una divinidad de la mitología asiria. Eran colocados en las puertas de las ciudades y palacios para su protección. Son un emblema en el imaginario iraquí sobre el pasado de esta región, que los turistas pueden comprar como souvenir.

Nimrud hoy es un pequeño pueblo habitado en su mayoría por campesinos. Pero hasta el año 710 antes de Cristo fue la capital de Asiria, el imperio al norte de la Mesopotamia. Los babilonios, enemigos del sur de los asirios decidieron en el 612 antes de Cristo, que Nimrud merecía ser destruida y con ella los tiempos de gloria de los asirios.

La ira babilónica reencarnó en 2015 en la organización yihadista que terminó de arrasar lo poco que quedaba del palacio y sus ídolos, símbolo de politeísmo y sacrilegio para el fanatismo de los islamistas.

Pero además de una espectacular fe en el Todopoderoso, los yihadistas creían con fervor en los negocios que se pueden hacer con la venta de antigüedades. Antes de destruir el palacio se robaron todo.

“Cuando el Estado Islámico saqueó esta área, robó lo que podía ser vendido. Pero los artefactos tienen un código. Entonces cuando intenten traficarlo, se sabrá que fue robado y será enviado de vuelta”, prosigue el teniente Ibrahim. “Las familias de esta zona trataron de robar acá, pero se llevaban nada más los pequeños ladrillos para poder construir sus casas.” Hoy Ibrahim custodia unas pilas de ladrillos antiguos que podrían servir para reconstruir el sitio.

Ayman Jawad, director ejecutivo de Patrimonio de Irak, dijo a la revista Newsweek que muchos de los artefactos habían sido detectados en Europa y Estados Unidos. Las ventas ilegales de antigüedades representaban cientos de millones de dólares y fueron uno de los principales ingresos de la organización yihadista. El desafío de los arqueólogos será intentar recuperar estos tesoros. Aunque por el momento muchos piensan que las prioridades del Irak posguerra son otras, como Ibrahim: “Me siento mal, triste por lo que pasó acá. Pero lo que es más importante que las ruinas, que la cultura, son las personas. Las personas que murieron son más importantes que los monumentos”.

En 2002 el Fondo Mundial de los Monumentos, una ONG con sede en Estados Unidos, había incluido a Nimrud en lista de los sitios arqueológicos en peligro porque sus relieves, expuestos a los elementos, se estaban deteriorando. Hoy, luego de haber sido expuestos al fanatismo ya no hay deterioro por el que preocuparse.

Lisa Ackerman, directora ejecutiva de la ONG, conversó con Radio Francia Internacional y resaltó la necesidad de reconstruir algunos sitios arqueológicos porque, además de su valor cultural, son también una fuente de ingreso para las comunidades gracias al turismo. Aunque en Nimrud, como en la mayoría de los lugares saqueados, no queda mucho por mostrar.

“Se robaron todo lo que tenía valor. Y lo que no pudieron llevarse lo destruyeron. Según lo que escuché pusieron 40 barriles de TNT para hacer explotar este lugar”, explica Ibrahim.

La detonación sacudió a la pequeña mezquita del pueblo de Nimrud, al pie de la colina dónde está el palacio. “Estábamos haciendo el rezo de la media tarde. Fue como una explosión enorme. Las puertas se abrieron, los vidrios de las ventanas reventaron. La mitad de quienes rezaban huyeron”, cuenta Ali Hussein Ali, que tiene 55 años y es el encargado de la mezquita.

“Mi padre fue el guardia de las ruinas. Yo nací en esas ruinas. Su destrucción fue como si me hubieran decapitado con un cuchillo desafilado. Mató todas las memorias de una vida. El Estado Islámico vino para destruir la cultura. […] Hace 4.000 años que eso está ahí. El islam fue fundado hace 1.438 años. Si hubieran pensado que las ruinas eran blasfemas las habrían destruido en esos años. Los yihadistas temían que las generaciones futuras adorasen este lugar”, prosigue.

Los sitios sagrados del islam tampoco escaparon a la ira yihadista. El 22 de junio de 2017, horas antes que el ejército recuperara la Gran Mezquita Al-Nuri, el Estado Islámico la detonó robándole al gobierno un símbolo importante de la victoria. En ese templo, construido en 1172 en la orilla oeste de Mosul, fue donde Abu Bakr al-Baghdadi, el líder de la organización yihadista, declaró la fundación del califato.

En el mismo mes que se anunció el califato, en julio de 2014, los mosulíes del otro lado de la orilla fueron evacuados de la mezquita en dónde descansaban los supuestos restos del profeta Jonás, venerado por judíos, cristianos y musulmanes.

Justamente la mezquita, que data del 900 después de Cristo, fue construida sobre un monasterio cristiano, que a su vez había sido erigido sobre un templo persa, y este sobre un edificio asirio. Cuatro capas de civilización.

Durante un mes solo los yihadistas pudieron entrar al templo. Se cree que durante ese lapso saquearon minuciosamente el lugar. Hasta que una tarde los mosulíes escucharon una explosión.

Jonás, que según la Biblia tuvo la dicha de sobrevivir luego de pasar tres días y tres noches en la panza de una ballena, miles de años después fue sacudido a dinamitazos por el Estado Islámico. El templo, más de 1.000 metros cuadrados y erigido sobre una colina, fue arrancado de cuajo.

Unos días después de la liberación de esa zona de Mosul, caminamos entre las ruinas con Saddam Said, un policía mosulí de 35 años que en otros tiempos venía con su familia a orar a la mezquita. Desde la sala de oración se podía ver la cripta con los restos del profeta.

“Cuando veníamos antes había sólo una puerta para entrar al santuario en la cripta. Había también un gran minarete. Cuando volví acá la gente lloraba. Todo había sido excavado. Antes no había estos túneles. Nadie podía entrar al santuario, pero ahora fue destruido. Ya no hay templo donde rezar”, explicó el policía. La conversación se interrumpió por los ataques con drones de los yihadistas que lanzaban todavía granadas en el área.

Para el geólogo mosulí Faisal Jeber, que dirige un proyecto para reconstruir la mezquita, los yihadistas buscaban antigüedades para vender en el mercado negro. Pero Jeber explica que la destrucción formaba parte de una estrategia de revolución cultural del Estado Islámico.

“Ellos querían crear una nueva realidad para la gente de Mosul. Querían marcar una línea entre el antes y el después del Estado Islámico. Su eslogan era ‘El Estado Islámico se quedará para siempre’. No estaban seguros si podrían quedarse para siempre, entonces en un lapso muy corto quisieron cambiar la mentalidad de la gente y el paisaje urbano. Demolieron todo lo que pudieron para cambiar la realidad, la memoria colectiva y la conciencia de la gente”, nos cuenta Jeber por teléfono.

Jeber pasó su infancia en Mosul. Un día después de la llegada del Estado Islámico en la ciudad, fue arrestado luego de que saliera a la calle a tomar fotos. Durante tres días lo encerraron sin alimentarlo por la sospecha de que era un espía. Cuando lo liberaron huyó de Mosul y bajo el amparo del gobierno de Bagdad fundó la milicia “Los gallardos de Mosul”, cuyo símbolo es un soldado en el estómago de una ballena. Como Jonás, pero con una kalashnikov. Hoy Jebel tiene bajo su mando más de 150 hombres que, luego de combatir a los yihadistas, tienen entre otros objetivos proteger lo poco que queda del patrimonio arqueológico de Mosul.

“La etapa de la lucha armada está casi terminada. Ahora tengo que concentrarme en cómo luchar ideológicamente contra el Estado Islámico. Siempre hay riesgos, pero éstos son tiempos en los que no tenemos otra opción que arriesgarlo todo para recuperar nuestras vidas”, prosigue el geólogo.

Al visitar los sitios devastados, Jeber descubrió que el Estado Islámico tenía un procedimiento de tres etapas para destruir lugares sagrados o arqueológicos. Primero demolían el lugar, luego retiraban los escombros e incluso los cimientos, y finalmente construían sobre la misma parcela algo nuevo. “Cambiaban el uso del lugar”, explica Jeber.

Pero en el sitio de la mezquita de Jonás no construyeron nada sobre el templo… sino debajo: “Cuando llegamos, luego de la liberación de la zona, encontramos una red extensa de túneles. Alrededor de 900 metros. No sabemos qué encontraron ahí. Había algunos artefactos y antigüedades que ellos dejaron detrás. Pero no sabemos lo que se llevaron ni dónde está”.

Son los túneles de los que hablaba el policía Saddam. Con la explosión, los yihadistas, que no tenían espíritu de exploradores, quedaron frente a los restos de un edificio asirio de más de 2.600 años que ningún arqueólogo conocía: el palacio de Asarhaddón.

Como con Nimrud, se sospecha que los yihadistas desvalijaron el lugar. Hoy sólo queda la escritura cuneiforme en los muros de los túneles. En diciembre de 2016, Jeber encontró más de 200 objetos en las afueras de Mosul y supone que pertenecen al palacio asirio.

A pesar de haber recuperado algunas piezas, para Jeber la reconstrucción de la mezquita tal como estaba antes es imposible. Los túneles debilitaron las fundaciones para un edificio de semejantes dimensiones. Su proyecto es entonces hacer un Zigurat, un templo típico de la antigua Mesopotamia con forma de una pirámide escalonada. En su plan convivirán la mezquita, el monasterio, el templo persa y los vestigios asirios.

“Sería un símbolo de coexistencia pacífica. Que era lo que el Estado Islámico quería cambiar. Con las demoliciones quisieron hacer de Mosul una ciudad sólo para árabes musulmanes sunitas. Si se quiere reunificar el país nuevamente tendríamos que volver a una era en la que todavía no estábamos divididos, o sea antes del islam. Cuando todos pertenecían a esta tierra, a la Mesopotamia, a la cuna de la civilización. Para mí este zigurat es tan importante como la reconstrucción de la infraestructura de la ciudad. Tenemos que restaurar nuestra identidad nacional. Una vez hecho eso podremos lograr la unidad y la estabilidad política y de seguridad.”

Durante los combates más de 900.000 mosulíes abandonaron la ciudad que en tiempos de paz tiene dos millones de habitantes. Si bien una parte pudo ya volver a sus hogares, la mayoría sigue viviendo en los campos de desplazados. Por ahora el retorno es imposible porque muchos barrios fueron parcialmente dañados y otros aplanados por los morteros y los bombardeos aéreos. De acuerdo a las Naciones Unidas se necesitará más de un billón de dólares para que los mosulíes puedan volver a su ciudad. Pero esta cifra no incluye la reconstrucción del patrimonio cultural. La factura final, no sólo en dinero sino también las consecuencias sociales para Irak, será faraónica.

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